viernes, 18 de diciembre de 2009

Memorias de un monarca



ACERCA DEL LIBRO “MI LEGADO”, DE O’REI

01 de febrero de 2009
El Comercio
Inolvidable con la pelota, talentoso con la pluma. Pelé recuerda sus primeros pasos en la selección, los mandamientos de Didí y a un peruano: Ramón Mifflin

Por: Jorge Barraza

“En el fútbol, el 10 representaba la habilidad, la elegancia, pero también el conductor de equipo”, señala Pelé en su bello libro “Mi legado”. Y confiesa: “Estoy orgulloso de pertenecer a ese grupo de artistas del fútbol; sin embargo, el 10 cayó en mi espalda de pura casualidad”. Brasil llegó a Suecia y había entregado la nómina de 22 jugadores, pero sin numerar. Como vencía el plazo, por insólito que parezca, un dirigente uruguayo que estaba en la FIFA puso los números al azar. A Gilmar, que era el arquero, le asignó el 3, a Garrincha, que era el 7, lo ubicó como 11, y a Pelé, un joven desconocido, le dio el casillero 10.

Su nombre es otro de los puntos que aclara O Rei. “Soy Edison, pero el periodismo siempre me llamó Edson. Y para mi familia soy Dico”. Aborda el lado negativo de la fama y las obligaciones profesionales de un deportista de élite. “A veces se menciona la palabra sacrificio y suena exagerada, pero es una realidad”, sostiene. Se refiere, en su caso, a las largas ausencias del hogar. “Regresaba a casa luego de una de esas largas y extenuantes giras con el Santos. Toco el timbre e inesperadamente abre la puerta mi hijo Edinho, que todavía era un niño pequeño. Me ve, pone cara de sorpresa, gira y le dice a su madre: Mami, mami, mira quién vino: ¡Pelé!”.

A lo largo de las 280 páginas, el astro destaca la figura de Didí como un lúcido estratega. “En la selección brasileña, él era nuestro técnico dentro de la cancha. Nos decía: Si practicamos jogo bonito, el gol viene solo”.

Narra un episodio de Suecia 58. “Mi mejor partido en aquel Mundial fue contra Francia. Ganábamos 3 a 1, había marcado el tercer gol y enseguida recibí un golpe en la rodilla, caí de dolor, miré al defensor con odio y estaba a punto de reaccionar cuando se alzó la voz de Didí: “Basta, que esto ya está. No se hagan lesionar ni echar que queda la final. Ahora, toque y toque y nada más””.

Describe a Didí como el cerebro y el paladín del toque: “Manejaba los hilos del equipo, imponía los ritmos y tocando fue el más grande de todos”. Recuerda aquella selección campeona de 1958 como “la mejor cuidada de la historia del fútbol brasileño”. La derrota ante Uruguay en 1950 había sido la gran lección. “No bastaba juntar lo mejor y confiar que llegara el éxito. No estábamos dispuestos a esperar que llegara, íbamos a ir a buscarlo”. Luego sentencia: “Cuando preparación, talento y confianza se unen, producen grandes cosas”.

El libro comienza con una notable confidencia: a los 15 años, apenas arribado al Santos, intentó fugarse de la pensión de Vila Belmiro. Había llegado ultrarecomendado, directamente para la Primera y sufrió un revés inesperado. Mientras lo nutrían y preparaban físicamente para el primer equipo, disputó una final juvenil. Santos quería ganarla y pese a que jugaban muchachos de 18, tres años mayores que él, Pelé ya estaba sindicado como futura estrella. Lo alinearon. “Tal vez por todo lo que se esperaba de mí, no jugué bien. Cerca del final hubo un penal para nosotros y el técnico ordenó que yo lo pateara. Lo erré y encima perdimos el partido y el campeonato. Quedé sumido en el terror”, cuenta. A la mañana siguiente, muy temprano, en total sigilo, tomó sus pertenencias y sin avisar a nadie se iba para Baurú. “¡Eh, Pelé! ¿A dónde vas?”, lo paró el encargado de la concentración. Le dijo que no podía irse sin autorización. “Con calma, afecto y sabiduría me dio una lección inolvidable. Me dijo que la carrera de un futbolista está plagada de situaciones cambiantes, buenas y malas, que mi única preocupación debía ser prepararme siempre para ser el mejor, con el máximo de entrega, sin miedos y, sobre todo, sin pensar en el resultado”.

Pelé dedica al menos tres menciones muy laudatorias sobre la clase de Ramón Mifflin. Y evoca el Mundial 66 con su crítica más severa. Califica de “desastre total” la preparación de Brasil. Ya estaban encima del torneo y aún había 44 jugadores en la selección. “Se decidió armar cuatro equipos y que los cuatro entrenaran en lugares diferentes, algo inconcebible. Todo fue una locura”, dice. Y enumera una insólita cadena de errores. “Creíamos que después del 58 y el 62 conseguiríamos el tricampeonato, pero empezamos a perder el título mucho antes de llegar a Inglaterra”.

Igual, repasa con dolor “el sutil complot contra los sudamericanos en aquel Mundial”. “Me escandaliza pensarlo”. Y detalla el manejo de Stanley Rous con los jueces: “Les dio instrucciones de que fueran amables con el juego “viril” de los europeos contra los sudamericanos. Le hicieron caso: el búlgaro Zhechev hizo todo lo que pudo para perjudicarme y el árbitro Jim Finney miraba para otro lado”. Considera como “crueldad” la brutal patada del portugués Morais, que luego de hacharlo y tumbarlo, saltó sobre él y lo lesionó seriamente. “Brasil, con diez hombres, quedó fuera del campeonato, pero el árbitro, otro inglés, hizo la vista gorda y Morais siguió jugando”.

Palabra de número uno.

No hay comentarios: