miércoles, 18 de noviembre de 2009

MADRE ZAPPA

Octubre de 1974
Exclusiva en roma: entrevista y crónica del primer concierto de la gira europea

"Soy más repulsivo que Dylan"
por Ángel Casas


                   Vibraciones, nº 1, octubre de 1974

"...No hay en el mundo mayor responsabilidad que la de ser Madre"
RICHARD MILHOUSE NIXON

"Gracias"
FRANK VINCENT ZAPPA

En la espalda, escrita con un tipo de letra fina y elegante la sentencia de Nixon, y manuscrita la acción de gracias de Zappa, todas las camisetas que visten el séquito técnico y laboral llevan impresa esta inscripción. Es la última pirueta satírica que el más sarcástico cantautor de Norteamérica dedica al símbolo odiado, hoy caído. La camiseta y la inscripción constituyen la más segura sensación de que uno no se ha equivocado, recién aterrizado en Roma, y que va a encontrarse con el Zappa corrosivo y legendario que protagonizó en su día el alzamiento underground americano. Hay pistas inequívocas.

"MADRES" NO HAY MÁS QUE UNA

Una extensa discografía recoge el trabajo del grupo más marginal de los USA, Mothers of Invention (Las Madres de la Invención) y de su líder Frank Zappa. Una lista de nombres atestiguan la constante evolución de las ideas y el tratamiento musical de Zappa. Muchos, realmente, se han vestido de Madres a lo largo de los nueve años de existencia del equipo. Entre ellos cabe citar a Roy Estrada (traspasado luego al grupo del Captain Beefheart), a Henry Vestine (alineado en el Canned Heat que vimos en España), James Guercio (productor de Chicago y Blood, Sweat and Tears), Jim Fielder (bajista de este último conjunto de jazz-rock), Billy Mundi, Ian Underwood y su mujer Ruth, Ray Collins, Jimmy Carl Black, Don Preston, Bunk Gardner, Steve Mann, Jean Luc Ponty, etcétera.

Desde su salida al mundo del espectáculo, Las Madres han constituido la formación más insólita y provocadora del pop y el rock. Debido a la inquietud constante de su líder, es imposible clasificar su música en una u otra tendencia. Demasiados géneros y muy distintas influencias contribuyen a dejar el campo libre para la inagotable inspiración de Zappa y sus músicos.

Irónicos, excéntricos, indecorosos, su trabajo ha constituido el más fuerte seísmo producido en la radio y televisión de su país, quienes todavía les dejan sus espacios con cuentagotas, como el zoológico que exhibe de tarde en tarde a una de sus capturas más peligrosas y desagradables: ¡Señoras y señores, he aquí a las "Madres" más feroces, ponzoñosas, indecentes y masculinas del mundo!




GENTE DE PLÁSTICO: ¿POR QUÉ SOIS TAN PESADOS?

Del sesenta y cinco --fecha de la aparición de Zappa and The Mothers-- hasta el 67 las grabaciones del grupo tuvieron más bien poca resonancia. Se trataba de los álbumes "Freak out" y "Absolutely free". Pero fue en este año, con la aparición del long play "We're only in it for the money" ("Estamos aquí únicamente por el dinero"), réplica directa del álbum beatletiano "Sargent Peppers", cuando el nombre del líder y su grupo comenzó a sonar con amenaza terrorífica para el establishment, para el amor convencional y burgués y para lo que él ha denominado "plastic people" (gente de plástico). Y un póster en el que se veía a Zappa sentado en un retrete con los pantalones bajados --extraído de una foto publicada en el "International Times"-- hizo popular su imagen en todo el mundo.

Zappa se convirtió desde aquel momento en la cab3za visible de la contestación rockera --una contestación extremadamente irónica-- aunque posiblemente menos radicalizada desde un punto de vista político que la perseguida por los Fugs o MC 5. Zappa es indudablemente mucho más táctico, se deja envolver en el juego del show-biz lo suficiente para utilizarlo, aunque no comparta ideológicamente su sistema. Quizá por ello los músicos alemanes de izquierda le manifestaron su descontento cuando en 1968 dio una gira por aquel país. En una de aquellas actuaciones se podía leer en una pancarta: "Mothers of Reaction".

Sin embargo, la gente de orden americana, odia a Frank Zappa con todas su fuerzas. Él ha sabido ponerles el dedo en la llaga y provocarles un mayor escozor en la herida. Su canción "Brown shoes don't make it", que provocó una general indignación entre los bienpensantes, explica la carrera de un funcionario público americano. Sobre ella Zappa dice que "está dedicada a la gente que compone nuestro gobierno en los USA. Esa gente desdichada que fabrica unas leyes imposibles que nos impiden vivir a nuestro aire, sin darse cuenta que muy probablemente estas disposiciones no son más que el fruto de su frustración sexual." En la canción, Zappa habla de la muchacha que se presta a los juegos eróticos con el funcionario. Una muchacha de apenas trece años que quizás pueda ser su propia hija.

ZAPPA VUELVE A EUROPA

Después de nueve años de "maternidades", después de sentarse en el retrete, después de realizar el film "200 motels", después de partirse una pierna sobre el escenario, Frank Zappa vuelve a Europa. Sobre la estructura de los viejos Mothers ha levantado otros nuevos conservando a Ruth Underwood en las percusiones y a Tom Fowler en el bajo eléctrico, y añadiendo a George Duke en los teclados, Chester Thompson en la batería y Lipoleon Murphy tocando la flauta, el saxo y cantando. La gira que comenzó en Roma la noche del seis de septiembre, en el Palacio de los Deportes, finalizará en Barcelona el cuatro de octubre, en el Pabellón deportivo del Juventud de Badalona. El itinerario incluirá Italia, Austria, Alemania, Suecia, Noruega, Dinamarca, Inglaterra, Francia, Holanda, Bélgica y España.



ARRIVEDERCI ROMA

El avión aterriza en el aeropuerto de Fiumiccino. El ejército está en todas partes. Soldados con uniforme paracaidista mantienen la ametralladora a media altura. Un taxi me traslada hasta el hotel donde Zappa se hospeda (Ambassatore, Via Veneto). Es la tarde del viernes día seis y hay bastante tráfico. El taxista tiene la radio puesta y sorprendentemente suena una canción de Zappa, "Camarillo brillo". Tras ella una voz italiana entrevista al cantautor americano tan "terrible". Hablan del concierto de la noche, que empezará a las nueve. El taxista cambia de emisora y le pido que espere un rato. Hay poquitos carteles que anuncian el show durante el trayecto, y leo un pequeño anuncio en el periódico.

En el hotel me espera el promotor sueco que ha organizado la gira europea. Ningún problema, afirma. Habrá concierto y habrá tiempo para la entrevista. Recoge a tres chicas --una de ellas es la mujer del mánager de Zappa--, que en modo alguno tienen aspecto de groupies, y nos vamos en otro taxi al Palacio de los Deportes. Se está ensayando, me explican.

Al llegar --deben ser ya las seis-- hay bastante gente joven comiendo bocadillos y helados junto a las puertas y esperando la hora en que éstas se abran. El mánager de Zappa --esta cara me suena-- anda preocupado porque se les ha fundido uno de los equipos. De hecho la general preocupación de todos es por el concierto de la noche dado que constituye la primera experiencia de la gira.

Caben dieciséis mil personas en el recinto, se me cuenta, pero con no sé cual concierto apretaron hasta veintiuna mil. Cruzo una puerta de acceso. Los dieciséis mil asientos están lógicamente vacíos. Dos cámaras de televisión recogen unos planos del ensayo. Hay algunos fotógrafos y un enorme trajín entre los técnicos.

Zappa está a la derecha del escenario. Con el pelo recogido. Fumando sin impaciencia. Tiene la guitarra entre sus manos y espera que el equipo de sonorización le dé la señal. El resto de músicos bromean esperando.

Se ensayan dos piezas. Algunos de los contados espectadores aplauden. Sigo hurgando en mi memoria buscando la ficha técnica del rostro del mánager: bajito, fuerte, regordete, con un negrísimo pelo ensortijado y una perfilada barba.

Parece que los problemas se han solucionado y que el ensayo ha transcurrido con tranquilidad. Salimos todos fuera (los mánagers, los músicos, los técnicos, un colega francés de "Rock and Folk" y yo). Zappa desata sus nervios paseando arriba y abajo del jardín, junto a la verja. Está callado. Herméticamente callado. Sólo pasea.

Tardan un poco los automóviles que nos habrán de llevar hasta un restaurante cercano. Queda una hora y media para regresar al local y el camarero nos cuenta que en una hora y media no es posible cenar. Que tendremos que ponernos de acuerdo para comer todos lo mismo: spaghetii y un bistec con patatas. Nos hemos repartido en mesas pequeñas: Zappa está a mi derecha. Bebe vino y fuma sin parar. Le ofrezco un cigarrillo. Lo acepta. Le aviso de que se trata de tabaco negro. Insiste en que sí, allá él. Ingiere la primera bocanada de humo y se pone a toser. Se habla poco. Los camareros tardarán más de una hora en servirnos y Zappa evidenciará todos los nervios que hasta aquel momento ha procurado retener. Volverá a pasearse arriba y abajo del restaurante. Bromeará con los músicos.

Se acaba el pan, el vino y la mantequilla. Y cuando llegan los spaghetti les coge a todos cantando el "Arrivederci Roma" dirigidos por Zappa.

MÁS ARRIVEDERCI ROMA

Deben de ser las nueve y cuarto cuando Zappa y sus Madres suben sobre el escenario. El público es ruidoso y está poco concentrado. Cada cual vive su rollo. No está lleno aunque se ve una notabilísima entrada. Más adelante, al encender las luces tras el concierto la entrada rozará el "completo", pero me contarán que hay un alto porcentaje de "colados". Me sigue obsesionando el rostro del mánager con el que me cruzo a cada momento, ¿dónde habré visto antes esta cara?

El espectáculo de Zappa and Mothers es intencionadísimamente "kitch". Partiendo de una base musical extraordinaria y supervariada desarrolla la puesta en escena a base de los tópicos del show americano. A base de esto que aquí traduciríamos como "lo dedico al público que tanto me quiere y al que yo tanto quiero".

Lipoleon Murphy, voz y viento, caricaturiza constantemente todos los trucos de los cantantes negros. Baila, se contorsiona, canta, mueve las manos cual negrito simpático. Zappa, Murphy y el bajista, en un momento dado, marcan los mismos pasos como si de Los Mismos se trataran. Ruth Underwood, atareada con sus marimbas, vibráfonos y percusiones, se suma a la caricatura redoblando sus baquetas sobre el trasero de Murphy, cual erótico tambor. Todo es intencionado, corrosivo, pendenciero y bravucón. Los mismos músicos con Zappa al frente se divierten ellos solos improvisando textos --añadiendo "morcillas"-- ante un público que no ríe el cachondeo ni una sola vez porque no comprende el inglés. Aunque, eso sí, aplaude la estupenda música que se les suministra.

En la cumbre del "kitch" The Mothers concluyen su concierto --vuelve a pasar la barba negra y rizada del mánager y vuelvo a rebuscar en mi memoria deficiente-- cantando en plan vocalista "Arrivederci Roma", que el público corea.

Alguien me preguntará más tarde si hay alguna canción que signifique lo mismo sobre Barcelona. Tras los aplausos sale Zappa y toca veinte minutos más.

Junto al túnel de acceso al escenario hay un grupo de chicos cuya única preocupación durante el concierto ha sido tirar globos sobre los músicos y ahora que los músicos descienden, al grito de "tía buena" pero a la italiana, pretenden cogerle y retenerle la mano a Ruth Underwood cuando pasa.

ZAPPA: "HA SIDO UN CONCIERTO POR SEÑAS"

El contrato de Frank Zappa no debe hablar de paredes de terciopelo, sofás de cuero, espejos amplios ni piscinas climatizadas. El vestuario --no podemos hablar de camerino-- es de los más destartalado. Una sala enorme, con trastos por los lados y una mesa vieja al fondo, sobre la cual Zappa se sienta en forma un tanto de "yoga". El mánager --esa cara, esa cara-- y el promotor sueco me han hecho pasar y Zappa sigue poniendo el mismo rostro introvertido. Ya no es problema de nervios para el concierto. Es que es así.
VIBRACIONES --¿Por qué tantos cambios en The Mothers a lo largo de nueve años?

ZAPPA --Esto es una cuestión bastante larga de explicar y bastante complicada de razonar. The Mothers han cambiado diez veces de formación a lo largo de este tiempo. Pero no siempre he provocado yo el cambio, ha habido muchos músicos que se han ido por su voluntad. Es que nuestra música es muy cambiante, y debemos adaptarnos a nuestras composiciones.

VIBRACIONES --¿Quizá su intención sea la de cambiar los músicos una vez hayan ofrecido todo lo que tienen?

ZAPPA --No, no. Cuando un músico llega sabe perfectamente lo que hacemos y muchos reconocen que se han marchado sabiendo mucho más.

VIBRACIONES --Hubo un momento en que usted disolvió The Mothers. Decidió seguir solo, ¿por qué?

ZAPPA --Los disolví porque no veíamos posibilidades económicas de continuar en marcha. Eran demasiados gastos. Piense que muchos tienen familia y no era posible que todos nos mantuviéramos con lo que se ganaba. Además, tampoco acabábamos de encontrar el desarrollo musical que yo quería. Todos lo comprendimos así y decidimos caminar cada cual por su lado.

VIBRACIONES --¿Y la experiencia de Grand Wazoo? Creo que agrupó entonces bajo ese nombre y para ese long play un montón de músicos...

ZAPPA --¡Ufff! Aquello fue un fracaso. Perdí una verdadera fortuna.

VIBRACIONES --Era la época en que iba usted solo...

ZAPPA --No, era la época en que iba en una silla de ruedas. Me había partido una pierna en una caída durante la actuación.

VIBRACIONES --Zappa, ¿no será que tanto le da ir solo que con the Mothers?, ¿no será que, en definitiva, los Mothers son usted y que el resto son meros ejecutantes de su música?

ZAPPA --No, yo no soy The Mothers. En todo caso soy la concepción de The Mothers. Mi idea consiste en reunir a unos músicos determinados para crear una música determinada. Los Mothers son eso: músicos con una determinada actitud. La actitud en nosotros es fundamental. Por eso pueden hacer la música ésta.

VIBRACIONES --Pues hablando de actitud determinada se me ocurre que uno de sus ex Mothers, concretamente Jean Luc Ponty debe de haber cambiado muchísimo la actitud. Porque de la provocación de Zappa ha pasado al misticismo de McLaughlin. ¿Entiende que un Mother pueda vincularse a este misticismo?

ZAPPA --No sé... Francamente, no sé hasta qué punto Ponty puede integrarse en el espíritu de la Mahavishnu. Probablemente esté allí sólo para ganarse la vida.

VIBRACIONES --A pesar de su aureola de provocación, la mucha experiencia que posee dentro del "show-biz", el hecho de haber creado sellos discográficos ha hecho que algunos le acusen de pactismo con el sistema...

ZAPPA --La manera en que he llevado mis cosas creo que es la correcta. Porque para seguir tocando el tipo de música que uno gusta de tocar hay que tener muy en cuenta el dinero. Sobre todo si quieres dedicarte en cuerpo y alma a ello. Uno interpreta y alguien le está pagando para hacer música, para evitar que acabe trabajando en una gasolinera. Hay que hacer esto pero, además, hay que ganarse la vida. Y si la gente paga por verte actuar alguien tiene que llevarse ese dinero. Y le aseguro que si no vigilas no eres tú quien se lo lleva... Yo soy de los que vigilan.

VIBRACIONES --Pero... el estar tan metido dentro del "show-biz", ¿no le habrá cambiado la manera de pensar?

ZAPPA --No. Ni mucho menos.

VIBRACIONES --En muchas ocasiones ha hablado usted de la toma del poder por parte de los jóvenes. ¿Cree que actualmente existe una generación políticamente sensibilizada?

ZAPPA --¿En América?

VIBRACIONES --Y en Europa. En todo el mundo.

ZAPPA --No conozco Europa, no conozco su país. Solamente conozco el mío y puedo decirle que una generación políticamente sensibilizada como tal jamás ha existido.

VIBRACIONES --Pero, Zappa, ¿el rock puede cambiar algo?

ZAPPA --Sí. Naturalmente. Nuestra música puede influir en que la gente sea consecuente con su línea de conducta, en que la gente rompa el tabú físico y en que la gente cambie de actitud sexual. Esto ha quedado plenamente demostrado a través de lo ocurrido en los años sesenta.

VIBRACIONES --¿No estaremos fabricando los jóvenes una parcela de mundo a nuestra medida en la que más o menos resolvamos individualmente nuestras frustraciones, pero a nivel de parcela, mientras que el poder sigue estando en manos de los de siempre? (Le repito la pregunta varias veces y Zappa dice que no la comprende. Por la cara que pone cuando toco temas no musicales decido disimular cortésmente como si aquí no hubiera pasado nada.)

--De nuevo en Europa. Acaba usted de finalizar su primera actuación de la gira. ¿Qué opina de ella?

ZAPPA --Era bonito. Ha estado bien, ¿no?

VIBRACIONES --No sé, usted sabrá si esperaba lo que ha encontrado...

ZAPPA --No sé qué se puede esperar de un público que no comprende lo que estoy cantando. Si cuentas algo divertido ante un público de habla inglesa, se ríen. Pero es difícil pasárselo bien cuando los que te escuchan no entienden inglés.

VIBRACIONES --Pero se puede establecer una comunicación a través de la música.

ZAPPA --No, en mi caso no. Yo necesito de las letras, si no tengo un problema total de comunicación. O pasa lo de hoy, que al final acaba siendo un concierto por señas.

VIBRACIONES --¿No sería mucho mejor utilizar los servicios de un traductor?

ZAPPA --Sería muy difícil que alguien lo tradujera porque muchas cosas las vamos improvisando sobre la marcha. Resultaría muy frío... y quizás en algunos sitios causaríamos más de un infarto a los censores.

VIBRACIONES --Uno de los motivos centrales de su obra ha sido el sexo. Usted ha compuesto muchos temas sobre el comportamiento sexual de la gente, sobre su frustración, etc. Acentuando el interés sobre una necesidad básica, ¿no evitará que la gente se enrolle en otras cosas superiores?

ZAPPA --No creo. Es que yo escribo sobre el sexo porque es una de las cosas que más me interesan y que creo que nos condicionan más profundamente...

VIBRACIONES --...Y porque se trata de un tema que incordia mucho más que otros...

ZAPPA --Sí.

VIBRACIONES --¿Es la, entonces, la provocación su único motivo?

ZAPPA --Mire, yo no escribo para los que después a rasgarse las vestiduras. Escribo y canto para los que les interesan los temas que desarrollo.

VIBRACIONES --En eso del incordio al sistema, quién cree que molesta más, ¿Frank Zappa o Bob Dylan?

ZAPPA --Depende. Hay gente a la que Dylan molesta más que yo y otra gente que le sucede a la inversa. Aunque yo, probablemente, soy más repulsivo que Dylan.

VIBRACIONES --Finalmente --le pongo en sobreaviso antes de que tuerza el geste de nuevo ante la pregunta, cosa que no consigo evitar-- usted directa o indirectamente se ha metido mucho con Nixon. ¿Tras su caída se ha arreglado todo?

ZAPPA --Mire... Pienso simplemente que se han sustituido una serie de problemas por otra serie de problemas.

Se acabó. El gong del fin del último asalto suena en mi cabeza. Nos damos la mano. Desmonta su postura de yoga. Desconecto el magnetófono. Es la una de la madrugada y mañana a las seis de la mañana Zappa y su troupe parte hacia otro concierto en Italia. El mánager me acompaña hasta los coches... ¡El mánager! Por fin situé su rostro. Es la figura que emerge, rompiendo el suelo, en la compleja contraportada del álbum "Over-Nite Sensation". ¡Qué peso me he quitado de encima!
ACCIÓN DE GRACIAS

Gracias muchas --gracias todas-- a Gay Mercader, promotor del concierto de Frank Zappa en Barcelona el 4 de octubre de 1974, por haberme allanado absolutamente el camino que va desde la redacción hasta el vestuario de Zappa. Su lámpara de Aladino me lo ha hecho todo así de fácil. Y para colmo de bienes ha sido precisamente Gay el que me ha hecho darme cuenta de que el señor de la portada era el mánager que tanto me obsesionaba. Más gracias todavía.

domingo, 8 de noviembre de 2009

El hombre que no era Darwin

Escrito por: David Quammen
01 de Diciembre de 2008
National Geographic

Alfred Russel Wallace trazó una gran línea divisoria en el mundo de los seres vivos, y encontró su propio camino hacia la teoría de la evolución.


Wallace (en la época que regresó a Inglaterra, en 1862) nunca formó parte del mundo científico británico.Foto del Museo de Historia Natural, Londres

Ternate es una hermosa y pequeña isla volcánica que surge de los mares al noreste de Indonesia, 1 000 kilómetros al este de Borneo. Alguna vez fue un centro comercial importante del imperio holandés. Desde ahí, mercancías como especias y otros artículos preciosos viajaban al Oeste por barco. Actualmente, sus muelles bulliciosos, sus mercados, sus mezquitas y antiguos fuertes, el palacio del sultán y una fila de casas de concreto adornan la única carretera costera. Las colinas internas están, en su mayoría, despobladas y llenas de vegetación. En esos bosques, con suerte, todavía se puede encontrar un ave resplandeciente, de pecho esmeralda y dos largas plumas blancas que caen como una capa sobre cada hombro. El nombre científico de este animal, Semioptera wallacii, rinde tributo al hombre que lo dio a conocer en la comunidad científica. Este hombre es Alfred Russel Wallace, un joven naturalista inglés que hizo trabajo de campo en el Archipiélago Malayo a finales de los cincuenta del siglo XIX y principios de los sesenta. Fue en esta isla, el 9 de marzo de 1858, desde donde envió una carta de enormes consecuencias a bordo de un vapor holandés que se dirigía a Occidente.

La carta iba dirigida al Sr. Charles Darwin. En ella, se incluía un artículo breve llamado “Sobre la tendencia de las variedades de apartarse indefinidamente del tipo original”. Este documento fue el resultado de dos noches de apresurada escritura, el cual, a su vez, fue precedido por más de 10 años de especulación e investigación esmerada. Lo que el artículo describía era una teoría de la evolución (aunque no con ese nombre) por selección natural (sin usar tampoco esa frase) muy similar a la teoría que Darwin, entonces eminente naturalista de reputación convencional, ya había desarrollado, pero aún no publicaba.

Este es uno de esos episodios clásicos de la historia de la ciencia, la formulación casi simultánea de lo que ahora consideramos la teoría de Darwin por parte de Darwin mismo y un joven científico que apenas empezaba, Alfred Russel Wallace. Wallace, famoso en vida como el socio de Darwin y por otras contribuciones a la ciencia y a las disciplinas sociales, cayó en la sombra tras su muerte en 1913. En décadas recientes ha resurgido su reconocimiento. Su retrato ahora está, junto al de Darwin, en la sala de juntas de la Sociedad Linneana en Londres, la misma donde el codescubrimiento de ambos se anunció hace 150 años. Sus escritos, en temas como la teoría evolutiva y la justicia social, y hasta sobre la vida en Marte, están volviendo a publicarse o están surgiendo en la red. Se le reconoce entre los historiadores de la ciencia como fundador de la biogeografía evolutiva (el estudio de qué especies viven, dónde y por qué) y como pionero de la biogeografía insular en particular, como un teórico pionero del mimetismo adaptativo, como la voz precursora de lo que hoy llamamos biodiversidad. Es decir, es una figura importante en la transición que reformó la antigua manera de ver la historia natural en la biología moderna. Wallace también recolectó grandes cantidades de especies, fue un recaudador despiadado de maravillas naturales. Sus colecciones enriquecieron los museos y la taxonomía. Sin embargo, la mayoría de la gente que sabe quién es sólo lo conoce como el socio secreto de Darwin, el hombre que codescubrió la teoría de la evolución por selección natural, pero que no obtuvo una parte equivalente del crédito.

La historia de Wallace es compleja, heroica y confusa. Además de ser uno de los grandes biólogos de campo del siglo XIX, fue un hombre de independencia malhumorada y pasiones efímeras. Un alma inquieta nunca satisfecha, un creyente en el espiritismo y sus sesiones, un devoto de la frenología, iniciado en el mesmerismo, tardío apóstata de la teoría darwiniana sobre el desarrollo del cerebro humano y opositor a la vacuna de la viruela, promotor de la nacionalización de los grandes terrenos privados. Estas y otras excentricidades hicieron que sus opositores tuvieran bases para considerarlo algo inestable. Lo que no han resuelto adecuadamente aún ni biógrafos ni estudiosos ha sido cómo reconciliar tales logros brillantes, convicciones radicales y fanatismos incautos dentro de un mismo hombre, el carácter de un naturalista de campo y empírico consumado. Si no hubiese existido, este Alfred Wallace, sólo un novelista victoriano bastante peculiar lo habría podido crear.

El primer punto cardinal de la biografía de Alfred Wallace es que, para él, –no así para Darwin–, la necesidad fue la madre de la invención. Era un muchacho curioso de una familia sin dinero. A los 14 años, en 1837, empezó a trabajar. Darwin, quien en ese momento era un joven de 28 años que solventaba sus aventuras con los recursos de su padre, acababa de llegar a casa a bordo del Beagle.

Wallace fue principalmente autodidacta, frecuentaba las bibliotecas e institutos de la clase trabajadora durante la década que laboró como supervisor de tierras, constructor y maestro en la ciudad de Leicester. Durante su periodo como agrimensor, transcurrido en la zona rural de Gales, se interesó por la naturaleza a través de la botánica e hizo largos recorridos por las llanuras y montañas, aprendiendo a identificar familias de plantas con una modesta guía de bolsillo. Su trabajo como profesor le daba tiempo para leer una selección ecléctica de obras que incluían el Personal Narrative of Travels, de Humboldt, y una obra que lo influyó más, el Ensayo sobre el principio de la población, de Malthus, que había catalizado el pensamiento de Darwin sobre la lucha por la supervivencia y que aceleraría el suyo. Hizo amistad con un joven llamado Henry Walter Bates, antiguo aprendiz de mercero, quien lo introdujo a los placeres de coleccionar escarabajos.

Los libros también fueron importantes para Wallace y mencionó otras dos obras que lo ayudaron a hallar su camino: la bitácora del viaje de Darwin en el Beagle, una entretenida narrativa que prácticamente carecía de ideas sobre la evolución. El otro, más audaz e incendiario, fue un best-seller anónimo, Vestigios de la historia natural de la creación, de 1844, que ofrecía una visión evolutiva de la vida en la Tierra. La ortodoxia dominante en Occidente establecía que Dios había hecho todas las especies mediante actos específicos de creación y que todas las especies estaban establecidas. Esta inmutabilidad no era sólo un dogma religioso, sino también científico. El filósofo de la ciencia, William Whewell había escrito recientemente: “Las especies tienen una existencia real en la naturaleza y no existe una transmutación de una a otra”. En oposición, Vestigios presentaba la hipótesis de una “ley de desarrollo” en los seres vivos en la que una especie se transformaba en otra debido a circunstancias externas, en pasos incrementales, de formas simples de vida a formas complejas hasta llegar, incluyéndolo, al hombre. El resultado era la adaptación. Dios tenía un papel, según este libro, pero más distante, como el primer diseñador del proceso.

Darwin pensaba que sus bases eran poco sólidas. Wallace, más joven e impresionable, veía en este documento una “hipótesis ingeniosa” aún no demostrada, pero que podía quizá comprobarse. Para él, el libro representaba tanto un “aliciente” para recopilar datos de historia natural como una teoría provisional contra la cual comparar datos obtenidos. Con este incentivo, él y Bates idearon un plan para ir a buscar información al bosque tropical del Amazonas.

Dado que carecían casi de recursos, pagaron sus gastos enviando especímenes de vuelta a casa donde se vendían a museos y a coleccionistas privados. Mariposas, escarabajos y aves se contaban entre los más solicitados. Y si las criaturas eran raras y hermosas, mejor. Su agente era Samuel Stevens, de Londres, un hombre fiel que tendría un rol importante en la vida de Wallace y lo vincularía con compradores y, eventualmente, con los científicos ingleses.

La saga de cuatro años de Wallace en el Amazonas, explorando el nacimiento de los ríos en regiones a lo largo del río Vaupés y en otros lugares, observando, recolectando especímenes, tomando notas, realizando bocetos, fue un gran triunfo de la persistencia, invaluable como ejercicio, pero que terminó en desastre. Volvió a casa desde Pará (Belém), Brasil, en agosto de 1852 a bordo del Helen, que se incendió y hundió. Wallace sobrevivió en una lancha, pero todas las colecciones que traía se perdieron. Entonces, el barco que lo rescató, el Jordeson, se topó con una tormenta y casi se hunde también. “Desde que salí de Pará, 50 veces me he prometido –escribió a un amigo–, si algún día regreso a Inglaterra, nunca más confiar en los océanos. Pero las buenas resoluciones pronto se olvidan”. A los pocos días de llegar a casa, Wallace comenzó a planear su siguiente viaje. Iría al Este, a un mundo insular.

Su larga expedición al Archipiélago Malayo fue distinta, mucho más fructífera en cuanto a especímenes e ideas. Wallace llegó a Singapur en abril de 1854 y pasó los siguientes ocho años saltando de isla en isla. En tierra, vivía como los locales, en casas de techos de paja y comía lo que podía intercambiar o comprar. Visitó Sumatra, Java, Bali, Lombok, Borneo, las Islas Célebes, Gilolo, Ternate, Batchian, Timor, Ceram, un pequeño grupo de islas llamado Aru, al extremo este del archipiélago y la península Vogelkop de Nueva Guinea. Pasó cerca de la isla de Komodo (pero pese a su interés en la fauna notable, no supo de la existencia de los dragones de Komodo). En algunos sitios, como Sarawak y Aru, se quedó por meses, reuniendo mariposas y escarabajos en los bosques cercanos, cazando aves y procesando sus especímenes y sus observaciones, curando sus pies infectados, recuperándose de brotes de malaria y esperando a que las lluvias terminaran o los vientos cambiaran. Aprendió suficiente del lenguaje malayo para negociar en lugares remotos. En todos lados recolectaba cosas, preparaba y empacaba insectos y pieles de aves y mamíferos con gran cuidado y los mantenía consigo hasta llegar a puerto. Luego los enviaba a Samuel Stevens, en Londres. Sólo de Aru, con sus aves del paraíso y otras atracciones, obtuvo más de 9 000 ejemplares que representaban a 1 600 diferentes especies, muchas de las cuales eran nuevas para el mundo científico. Calculó que el lote podría valer unas 500 libras. Stevens lo vendió al doble y consiguió una cantidad equivalente a 100 000 dólares actuales.

Las cifras de Aru, en una razón de seis a uno entre espécimen y especie, daban cuenta de un dato crítico sobre Wallace y cómo trabajaba. Quería varios especímenes de cada especie, no sólo uno o dos ejemplares, sobre todo si la especie era visualmente impresionante, como la mariposa ala de pájaro, los escarabajos longicornios gigantes o las aves del paraíso. En el Amazonas había recolectado 12 ejemplares de una espectacular ave roja, el gallito de las rocas guyanés (Rupicola rupicola), y admitió que habría matado 50 si no fuesen tan raros y difíciles de encontrar. En Aru, igualmente, codiciaba los especímenes de un ave del paraíso más grande (Paradisaea apoda). Más adelante, en una excursión por el río Maros, en las Célebes, consiguió seis buenos especímenes de la mariposa Papilio androcles, uno de los mayores paiplónidos, con largas colas blancas que cuelgan como serpentinas. Y de la isla de Waigiou, recolectó 24 individuos de ave del paraíso roja (Paradisaea rubra). Su finalidad al recolectar varios individuos no era sólo poseer un muestrario mayor de las especies más decorativas a la venta, sino también reflejaba las ganas de representar cada especie en su colección personal con una “buena serie” de individuos.

La consecuencia fue que Wallace vio y reconoció, en un grado que el mismo Charles Darwin había tardado más tiempo en reconocer, algo muy importante sobre las criaturas silvestres: que cada especie tiene una considerable variación entre los individuos. No todos los especímenes de Papilio androcles tienen las colas tan largas y blancas. No todas las aves del paraíso son tan hermosas como otras. Cada individuo varía genéticamente de sus hermanos y primos de maneras que se manifiestan en desigualdades, tanto visibles como fisiológicas.

Esta observación es crucial para la idea de la evolución por selección natural. La variación individual proporciona material diferencial con el cual trabaja la selección. Darwin notó esta alteración en las especies domésticas, pero se dio cuenta de la existencia de esto en las silvestres tras su largo proyecto de clasificación de percebes, una desviación de ocho años en su lento curso hacia la publicación de su teoría.

Los patrones de distribución de las especies en el tiempo y el espacio le dieron otras claves sobre la teoría evolutiva. Estos patrones no le dejaban muy claro a Wallace cómo podría funcionar la evolución, pero sí reafirmaban su hipótesis (derivada de Vestigios) de que las especies habían evolucionado, una a partir de otra, por alguna suerte de proceso natural de ascendencia y transformación.

Aunque no utilizó la palabra “biogeografía”, desde 1852 ya la practicaba. A su regreso de Brasil, publicó un artículo donde describió la distribución de las especies de monos en la cuenca del Amazonas y mostró que cada una se localizaba en uno u otro lado de tres grandes ríos convergentes: el Amazonas, el Negro y el Madeira. Esto resultaba curioso. Si Dios había creado a todas las especies de la nada y las había colocado en sus lugares adecuados, ¿por qué no puso a estos monos en ambos lados de un determinado río?

Tres años más tarde, en Borneo, mientras esperaba que terminara la temporada de lluvias, Wallace pensó en algunos de los libros que había leído y los catálogos de museos que había revisado. Estas fuentes le dieron suficientes datos sobre la distribución mundial de los animales, qué especies y grupos estaban en unos lugares, pero no en otros. Los colibríes eran nativos sólo de América. Las Nectariniidae sólo en el Viejo Mundo, del oeste de África hacia el Este. Los tucanes eran una familia tropical americana; los cálaos ocupaban casi los mismos nichos que los tucanes, pero en los trópicos de África, Asia y las islas orientales. Empezó a observar patrones similares en los insectos, peces, reptiles, mamíferos, plantas. Quería saber por qué. Se le ocurrió, escribió más tarde, “que estos datos no habían sido utilizados correctamente como indicaciones de la forma en que habían surgido las especies”.

También recordó, de sus lecturas de la obra de Charles Lyell sobre geología y fósiles, cómo las especies similares parecían sucederse en el tiempo. Una combinación de estos datos, geográficos y geológicos, resultó en la formulación de lo que Wallace llamó la “ley” del origen de las especies: “Cada una ha llegado a existir coincidentemente tanto en espacio y tiempo con la preexistencia de una especie aliada cercana”. Redactó un artículo y lo envió a Londres. El subtexto, que era evidente pero no se especificó, fue la evolución: las especies “aliadas cercanas” (similares) aparecen adyacentes en el especio geográfico y en el tiempo geológico porque han descendido de ancestros comunes. Wallace estaba seguro al menos de esto. Pero no podía aún proponer el mecanismo a través del cual se daba esta transformación. Se publicó en una gaceta de historia natural, pero casi nadie, ni Darwin, reconoció que representaba el segundo gran paso del joven naturalista hacia la teoría de los orígenes evolutivos.

Durante sus escalas en Bali y Lombok, separadas por un estrecho profundo pero angosto, notó otra serie de patrones de presencia-ausencia. “En Bali hay barbudos, aves frugívoras y pájaros carpinteros –escribió. Pero del lado de Lombok–, no los hay, aunque sí una gran abundancia de cacatúas, melífagos y telégalas, que son igualmente desconocidos en Bali o en otras islas más hacia el Oeste”. Encontraría discrepancias similares entre las islas más grandes de Borneo y Célebes, justo al norte, que estaban frente a frente, separadas por estrechos profundos. Todos estos datos concuerdan más con una visión evolutiva de biogeografía que con un dogma piadoso de creación especial.

El tercer paso hacia su teoría lo dio en 1858, en un lugar cerca de Ternate, cuando de pronto relacionó las claves biogeográficas con el fenómeno de la variación en las especies, las observaciones de Malthus sobre el exceso de crecimiento poblacional, el hecho de que el alimento y el hábitat están limitados aun si el ritmo reproductivo no, y la noción de que la mayoría de los hijos de las especies no sobrevien. “Pensando sobre la enorme y constante destrucción que esto implicaba, me pregunté por qué unos viven y otros mueren”. Su respuesta fue que las variantes mejor equipadas para las circunstancias sobrevivían. Incluso, este proceso debe generar un cambio direccional adaptativo en las especies en general. ¿Por qué la jirafa tiene el cuello largo? Porque las que lo tenían corto no dejaron descendencia.

Emocionado, envió su manuscrito a Darwin, a quien reconocía como un genial, pero distante, correspondiente. Wallace le comenta que espera que esta idea le sea tan nueva como lo es para él.

Por supuesto, no lo era. La idea tenía 20 años cocinándose en la mente de Darwin y era suya. Pero tras dos décadas de investigación continua, de refinamiento de sus argumentos, de distracciones y de dudas, Darwin no tenía nada publicado que demostrara que él lo había pensado.

Alfred Wallace estaba atrapado en las costas de Nueva Guinea, castigado por el clima, el hambre y la fiebre el día de 1858 que su artículo, junto con algunas cosas no publicadas de Darwin, se leyó en la Sociedad Linneana. Este evento era una maniobra sutil y arbitraria que le permitía a Darwin coanunciar el descubrimiento con Wallace. Nadie lo consultó, aunque al enterarse se mostró complacido y halagado. En noviembre de 1859, Wallace seguía en el Archipiélago Malayo cuando Darwin publicó Sobre el origen de las especies, libro que escribió apresuradamente al sentir la presión del artículo de Wallace. La copia de Wallace llegó en buque de vapor, como cortesía de Darwin. Lo leyó unas cinco o seis veces, cada vez más impresionado por la manera en que había logrado integrar toda la información. “Es el Principia de la Historia Natural –le escribió a un viejo amigo–. El Sr. Darwin le ha dado al mundo una nueva ciencia y su nombre debería estar por encima de todo filósofo antiguo o moderno”. Si el nombre de Darwin resaltó sobre el de todos los demás filósofos, con seguridad lo haría sobre el de Wallace como autor de esta teoría. Y así fue. Pero este, de espíritu generoso, satisfecho con sus propias fortalezas y limitaciones, no le guardó rencor.

Por la misma época, envió otro artículo a Londres, para la revista de la Sociedad Linneana con el título “Sobre la geografía zoológica del Archipiélago Malayo”. Aquí abundaba sobre sus observaciones de la distribución de la fauna y reconoció dos diferentes regiones biogeográficas, la india y la australiana. Si se traza una línea a lo largo del estrecho entre Borneo y las Célebes y se continúa al sur entre Bali y Lombok, al oeste de esta línea se podrán encontrar primates, carnívoros (incluyendo tigres, que están en Bali, pero no más allá), insectívoros, faisanes, trogónidos, bulbules y otras especies distintivas de Asia. Hacia el Este habrá cacatúas, loris, casuarios, megápodos, cuscuses y otros marsupiales y una variedad mucho mayor de loros que de ardillas. Ambas regiones, pese a sus condiciones de clima y hábitat similares, tienen dos faunas diferentes. “Esto sólo puede explicarse por la aceptación de vastos cambios en la superficie terrestre”, escribió Wallace. Lo que significaba era que no fueron los caprichos de un Dios los que pusieron las especies donde se encuentran ahora. La historia, evolución, dispersión ecológica y cambios geológicos lo hicieron.

Ocho años después, el gran anatomista y darwinista, Thomas H. Huxley, llamó a esta frontera la “línea de Wallace”. El nombre se quedó.

Esta línea, que divide la región del sureste asiático de la región australiana, se convirtió en uno de los principios fundamentales de la biogeografía moderna. En sí era una delineación meramente descriptiva. Lo que la hizo profunda y útil fueron las cuestiones evolutivas, ecológicas y geológicas que saltaron a la vista. Alfred Wegener, autor de la teoría de la deriva continental, a principios del siglo XX, sería otro de los muchos científicos en deuda con las ideas de Alfred Russel Wallace.

Wallace regresó a Inglaterra en 1862. El origen de las especies ya estaba en su tercera edición y Darwin iba en camino a convertirse en el famoso personaje reconocido y juzgado por todos. Darwin le dio la bienvenida como un apreciado colega y lo invitó a su casa. En sus expediciones en Malasia, calculaba Wallace, había realizado 60 o 70 viajes y recolectado 125 660 especímenes. Gracias a Samuel Stevens tenía algo de dinero.

Pero la vida después de sus viajes no fue fácil. Perdió una buena parte de su capital en malas inversiones y en la manutención de varios familiares. Se mantuvo ocupado como autor independiente, lo cual le dio gran libertad mental, pero nada de seguridad económica. Para principios de 1869 tenía ya una esposa y dos hijos. Ese año también publicó El Archipiélago Malayo, un recuento de sus viajes en las islas. En 1880, cuando Wallace tuvo más problemas financieros, Darwin lo ayudó y le consiguió una pensión especial.

El final de la carrera de Wallace y los distintos vectores de su pensamiento están representados en sus publicaciones. Entre sus libros encontramos Contributions to the Theory of Natural Selection (1870), On Miracles and Modern Spiritualism (1875), The Geographical Distribution of Animals (1876), Land Nationalisation (1882), Is Mars Habitable? (1907) y The revolt of Democracy (1913). Cuando publicó un tratado completo de selección natural, en 1889, con humildad característica lo llamó darwinismo. El epónimo no era importante para él. Las ideas sí. Y siguió sin preocuparse sobre quién recibía el crédito.

Había vivido una vida rica para un hombre sin mucha educación o dinero. Había viajado mucho, tanto geográfica intelectualmente. Conocía su línea. No había otra igual.


Antes de New York ¿Qué Había en Manhatan?

Antes de Nueva York


Escrito por: Peter Miller
01 de Septiembre de 2009
National Geographic

Si crees que en la actualidad es una ciudad salvaje, deberías haberla visto en 1609.


FOLEY SQUARE El Collect Pond sustentaba a los pobladores lenapes antes de convertirse en el principal suministro de agua dulce para los colonizadores. El estanque quedó enterrado debajo de barriadas, demolidas después para construir la plaza. Foto de Robert Clark.

¿Qué vio Henry Hudson al contemplar Manhattan por primera vez en 1609?

Por Peter Miller

De todos quienes visitaron la ciudad de Nueva York en años recientes, el forastero más sorprendente fue un castor llamado José. Nadie sabe exactamente de dónde vino. Se conjetura que descendió a nado por el río Bronx desde la zona suburbana del condado de Westchester, en el norte. Simplemente apareció una mañana invernal de 2007 en una ribera del Zoológico del Bronx, donde royó algunos sauces y construyó una madriguera.

“Si me hubieran preguntado entonces cuáles eran las probabilidades de que hubiera un castor en el Bronx, habría dicho que nulas –dice Eric Sanderson, ecólogo de Wildlife Conservation Society (WCS), con sede en el Zoológico del Bronx–. No ha habido un castor en la ciudad de Nueva York en más de 200 años”.

A principios del siglo XVIII, cuando la ciudad era el poblado holandés de Nueva Ámsterdam, los castores fueron muy cazados por sus pieles, que en esa época estaban de moda en Europa. El comercio de pieles creció para convertirse en un negocio tan lucrativo que un par de castores se ganó un lugar en el sello oficial de la ciudad, donde permanecen hoy día. Los animales verdaderos desaparecieron. Por ello, Sanderson se mostró escéptico cuando Stephen Sautner, compañero empleado de WCS, le informó que había visto indicios de un castor durante una caminata por el río. Quizá sólo sea una rata almizclera, pensó Sanderson. Estas ratas toleran mejor las tensiones de la vida urbana. Sin embargo, cuando Sautner y él treparon una malla metálica que separa el río de uno de los estacionamientos del zoológico, hallaron la madriguera de José justo donde Sautner lo había indicado. Cuando volvieron, un par de semanas más tarde, se toparon con el mismísimo José.

“Oscurecía –dice Sanderson–. Estábamos sobre la ribera charlando, cuando de pronto vimos el castor. Nadó hasta nosotros y luego empezó a describir círculos en el río. Retrocedimos ligeramente y emitió con la cola la típica alarma de un castor: ¡pas, pas! contra el agua”.

El regreso del castor a la Gran Manzana fue aclamado como una victoria por los conservacionistas y voluntarios que pasaron más de tres decenios restituyendo la salud del río Bronx, otrora tiradero de autos abandonados y basura. José fue bautizado en honor de José E. Serrano, congresista del Bronx quien consiguió más de 15 millones de dólares en fondos federales para apoyar la recuperación del río durante los últimos años.

Para Sanderson, la historia de José significaba algo más. Durante casi un decenio ha encabezado un proyecto en WCS cuyo objetivo es imaginar el aspecto que habría tenido la isla de Manhattan antes de que se desarrollara la ciudad. El Proyecto Mannahatta, como se llama (por el nombre con el que el pueblo lenape bautizó la “isla de las muchas colinas”), es una labor que permite retrasar el reloj a la tarde del 12 de septiembre de 1609, justo antes de que Henry Hudson y su tripulación se embarcaran hacia la bahía de Nueva York y avistaran la isla. “Quería enamorarme del paisaje original de Nueva York –señala–. Quería mostrar cuán grandioso puede ser el funcionamiento de la naturaleza, con todas sus piezas, en un lugar donde las personas normalmente no piensan que haya nada de naturaleza”.

Mucho antes de que sus colinas fueran aplanadas con excavadoras, y sus humedales cubiertos con asfalto, Manhattan era un extraordinario paraje silvestre de altísimos castaños, robles y nogales americanos, de marismas y pastizales con pavos, ciervos y osos negros americanos: “Una tierra de lo más agradable sobre la cual andar”, informaba Hudson. Había playas arenosas en tramos ubicados a lo largo de ambas costas de la angosta isla de 21 kilómetros de longitud, donde los lenapes se daban festines de almejas y ostras. Más de 105 kilómetros de corrientes fluían por Manhattan y la mayoría daba cobijo a un castor o dos.

“Hoy sería difícil imaginarlo, pero hace 400 años había un pantano con arces rojos aquí en Times Square”, comentó no hace mucho, mientras esperaba para cruzar la Séptima Avenida. Seguía en su mente un sendero a lo largo de un arroyo cenagoso que desapareció bajo la entrada del Hotel Marriott Marquis, en la esquina de Broadway y la calle 46 Oeste. “Justo allá había un estanque de castores –dijo al momento en que un autobús pasaba al lado haciendo un estruendo–. No habría sido un buen lugar para ciervos, patos arcoiris y todos los demás animales asociados con arroyos. Probablemente sí para truchas de arroyo, así como anguilas, lucios listados y percas sol. Habría sido mucho más silencioso, desde luego, aunque hoy no está tan mal”.

Sanderson concibió el Proyecto Mannahatta una tarde de 1999, después de comprar un libro ilustrado de gran formato con mapas históricos de la ciudad. “El paisaje de Manhattan está tan transformado que lo pone a uno a pensar qué había aquí antes –dice–. En esta ciudad hay sitios desde los que no se puede ver otro ser vivo, salvo a una persona o quizá un perro. Ningún árbol, ninguna planta. ¿Cómo llegó a ser así?”.

Un mapa en especial captó su atención: un hermoso grabado a colores de 1782 o 1783 que mostraba colinas, arroyos y pantanos, así como caminos, huertos y granjas de toda la isla, algo que no figura en ningún otro mapa de la época. De más de tres metros de largo por uno de ancho, fue elaborado por cartógrafos militares británicos en la época de la ocupación de Nueva York, que duró ocho años durante la guerra de independencia de Estados Unidos. Más tarde sería llamado “Mapa del cuartel general británico”: mostraba la topografía de la isla con detalle extraordinario, ya que los oficiales británicos necesitaban esa información a fin de planificar su defensa de Manhattan. El mapa representaba para Sanderson una oportunidad singular de quitar los rascacielos y el asfalto de la ciudad y observar, por lo menos en parte, el paisaje original de la isla.

¿Qué sucedería, se preguntaba, si colocara una cuadrícula de las calles de la ciudad actual sobre esta representación del siglo XVIII? ¿Se alinearía algo? Para averiguarlo, visitó lugares que figuraban en el mapa y que seguían existiendo. La iglesia de La Trinidad, ubicada en el sur de Manhattan, por ejemplo, fue fundada a fines del siglo XVII. Dado que el cementerio puede ubicarse tanto en el “Mapa del cuartel general británico” como en la actual cuadrícula de las calles, Sanderson logró colocar un alfiler virtual, por así decirlo, en los dos mapas mediante una lectura de GPS en el sitio y superponiéndola en una versión digitalizada del mapa antiguo. Después de repetir este proceso en unos 200 lugares, colocando un alfiler tras otro, él y su equipo lograron relacionar el “Mapa del cuartel general británico” con el actual de las calles de la ciudad, con una exactitud de media cuadra en dirección norte-sur, es decir, aproximadamente 40 metros. Sanderson podía ahora situarse en cualquier punto de Manhattan e imaginar, más o menos, lo que había estado ahí en 1782.

Por ejemplo, el suave ascenso de la Quinta Avenida al pasar frente a la Biblioteca Pública de Nueva York. “Existe una razón por la que podemos pararnos en la acera aquí y observar la morra de las personas que están a unas cuantas cuadras –menciona Sanderson–. Este lugar estaba cerca de la cresta de Murray Hill, donde la familia Murray tenía una granja y un huerto en 1782”.

Pese a lo fascinante que es el “Mapa del cuartel general británico”, Sanderson no quería detener su máquina del tiempo en 1782. Quería llegar hasta 1609. Así, él y sus colegas quitaron del mapa todo lo que habían añadido los colonizadores y los soldados (como caminos, granjas y fortificaciones) hasta que redujeron su versión digitalizada del mapa a los elementos fundamentales del paisaje físico: costa, colinas, acantilados, tipo de suelo, arroyos y estanques. Como ecologista del paisaje, Sanderson estaba acostumbrado a desmantelar conceptualmente parajes silvestres para entender cómo funcionaban, separando un bosque húmedo de Gabón, por ejemplo, en capas geológicas, hidrológicas y culturales. Ahora él y sus colegas se dispusieron a construir un paisaje de abajo hacia arriba, empezando por el terreno y llenándolo con todas las plantas y los animales que probablemente vivieron ahí.

Comenzaron por enumerar los distintos ecosistemas que podían suponer, sin temor a equivocarse, que existieron en la isla, como bosques primarios, humedales o llanuras tomando como base los tipos de suelo, precipitación, etcétera. Dado que se ubica en una intersección de regiones geográficas, Manhattan quizá tenía no sólo píceas de los bosques del norte, sino también magnolias de los bosques del sur, aves migratorias provenientes de rutas de vuelo cercanas e incluso peces tropicales procedentes de la corriente del Golfo que llegaban en el verano. En total, identificaron 55 comunidades ecológicas distintas. “Era un lugar con una diversidad increíble –afirma Sanderson–. Si la isla hubiera permanecido como estaba entonces, se habría convertido en un parque nacional como Yosemite o Yellowstone”.

Después de identificar los ecosistemas de la isla, podían incluir la vida silvestre. Pero, ¿qué animales vivían en dónde? Para ser lo más preciso posible, el grupo de Sanderson llevó su investigación un paso más allá. Determinaron para cada especie requisitos esenciales para su hábitat. Una tortuga de pantano, por ejemplo, necesitaba una pradera húmeda, insectos y un lugar soleado donde calentarse, mientras un lince necesitaba conejos y un cubil donde criar a sus cachorros. “Nos preguntábamos una y otra vez qué necesita esto”, señala Sanderson. Posteriormente compilaron una lista para cada especie. A medida que formaban su base de datos, descubrieron una densa red de relaciones entre especies, hábitats y ecosistemas en la isla. Sanderson llamó a esta red Muir, en honor del naturalista estadounidense John Muir, quien alguna vez observó que “cuando tratamos de elegir algo por sí solo encontramos que está fuertemente ligado, por mil cuerdas invisibles que no pueden romperse, a todo en el universo”. En cierto sentido, Sanderson y su equipo intentaban hacer visibles esos millares de cuerdas.

Considera un castor que vivía en Times Square en 1609. Si lo levantaras por el cuello y lo sacaras de la red, hallarías cables que lo conectarían con un arroyo que serpenteaba lentamente, con los álamos temblones que roía y el lodo y las ramas que utilizaba para construir una madriguera. No sólo eso, también hallarías cables hacia linces, osos y lobos que dependen de él como presa, y hacia las ranas, peces y plantas acuáticas que vivían en el estanque que él ayudó a crear. “Resulta que el castor es un arquitecto del paisaje, igual que las personas –manifiesta Sanderson–. Haría falta para anegar el bosque, lo cual mata a los árboles que atraen a los pájaros carpinteros que excavan las cavidades que los patos arcoiris usan como refugio”. Sacar a un castor de la red perturba a muchísimos otros residentes, lo cual demuestra cuán importante resulta considerar un ecosistema como una red.

Cuando Sanderson y su equipo terminaron de compilar su base de datos, armaron una de las más detalladas reconstrucciones científicas de un paisaje que se haya intentado jamás; identificaron alrededor de 1 300 especies y por lo menos 8 000 relaciones que las vinculaban entre sí y con sus hábitats. Sin embargo, los mismos métodos que crearon un retrato de Mannahatta podían aplicarse a los parajes silvestres actuales, como la región del Gran Yellowstone, el bosque congolés o las estepas orientales de Mongolia. Si los científicos cuentan con un modelo de cómo interactúan un paisaje y las especies, pueden predecir mejor las repercusiones del cambio climático, la caza u otros factores de perturbación.

Para el Proyecto Mannahattan el siguiente paso era convertir todos estos datos en escenas realistas en tercera dimensión, como la que se puede ver en la parte superior de la página 68. Desde un principio, el objetivo de Sanderson había sido mostrar qué aspecto tenía cualquier punto de la ciudad actual, digamos, el puesto de taxis de la Séptima Avenida frente al Madison Square Garden hace unos 400 años (eran marismas situadas en el extremo de un bosque). Para lograr que sucediera, Markley Boyer, especialista en visualización, utilizó un programa para crear modelos en tercera dimensión para poblar cada escena creada digitalmente, manzana por manzana, con la combinación adecuada de robles, nogales americanos, arroyos, estanques y marismas de acuerdo con la base de datos de la red Muir. “Básicamente estamos utilizando el mismo tipo de software que se suele emplear en Hollywood para crear ejércitos digitales que marchan atravesando una planicie –especifica Boyer–, sólo que estamos generando miles de árboles en la proporción indicada para cada tipo de bosque”. Quienes visitan el sitio themannahattaproject.org pueden probar la máquina del tiempo al teclear cualquier dirección de Manhattan para ver qué aspecto tenía la manzana en ese tiempo remoto.

Este mes los neoyorquinos celebran el aniversario 400 de la visita de Hudson, y Sanderson espera que su proyecto –que ha crecido hasta incluir a más de 50 historiadores, arqueólogos, geógrafos, botánicos, zoólogos, ilustradores y especialistas en conservación de WCS y otras instituciones– estimule una nueva curiosidad sobre lo que existía en Manhattan antes de la llegada del explorador. “Me gustaría que todo neoyorquino supiera que vive en un lugar que tenía un ecosistema fabuloso –dice–. Que Nueva York no es sólo un lugar con arte, música, cultura y comunicaciones extraordinarios, sino un lugar con sorprendentes posibilidades naturales, aun cuando aquí debemos mirar con un poquito más de atención”.
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Peter Miller es editor senior de NGM. Las fotografías de Robert Clark de Angkor aparecieron en el número de julio.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

El Himno y la Estrofa Depresiva

Largo tiempo el peruano...


Mié, 07/10/2009
Por: Antonio Zapata
La República


En reiteradas ocasiones las autoridades peruanas han querido cambiar la letra del Himno Nacional, sustituyendo la estrofa de Largo tiempo por otra más edificante. Se la juzga apócrifa y depresiva. Por ello, hemos tenido concursos y debates legislativos. Ahora mismo, el Ministerio de Defensa ha emprendido una nueva campaña, decretando que en ceremonias castrenses se cante la sexta estrofa en vez de Largo tiempo. El problema es que nunca se ha podido efectuar el cambio y que en forma terca esa estrofa permanece vinculada al Himno. ¿A qué se debe esta persistencia?

Largo tiempo es la primera estrofa de una canción patriótica de la misma época de la Independencia. Su título general es “Primera Canción Patriota” y alude varias veces a San Martín, al grado que algunos la consideran traída por la expedición libertadora.

Hubo otras canciones patriotas de aquella época auroral, entre ellas la famosa “La chicha”, que alude a la exquisita gastronomía nacional en oposición a la desabrida europea. Pero, Largo tiempo tuvo éxito y el público la adoptó. Cuando se aprobó el Himno Nacional, en el concurso oficial de San Martín, la gente las combinó. El coro del Himno y la primera estrofa de la Primera Canción. Dicha combinación ocurrió en ese mismo momento, cuando estaba naciendo la República Peruana.

Poco después, el autor de la música, Bernardo Alcedo se fue a trabajar a Chile, ventajosamente contratado como maestro del coro de la catedral de Santiago. Regresó luego de cuarenta años; era un anciano y antes de morir trabajó con un importante músico italiano que había llegado a Lima entretanto.

Se trataba de Claudio Rebagliati, reputado como el músico de mejor formación en haberse instalado en la Lima del ochocientos. Ambos establecieron la música y la letra definitiva del Himno, tal como la conocemos hasta hoy. En esa versión, última en vida de Alcedo, sí aparece Largo tiempo como primera estrofa. El original se halla custodiado en el Museo Nacional de Historia y ha sido publicado como facsimilar.

Como esa historia corresponde a la década de 1860, resulta que Largo tiempo acompañó a las tropas que combatieron en la Guerra del Pacífico. Se habría cantado en todas las circunstancias de la República Peruana. En las buenas y en las malas. Ahí donde ganamos, como en Zarumilla por ejemplo, y ahí donde fuimos derrotados, como en Arica y Huamachuco.

En las grandes ocasiones del país ha estado presente ese Himno y la gente lo ha hecho suyo. ¿Es apócrifo? Sí. Es indudable que Largo tiempo no estaba en la versión ganadora del concurso de San Martín. Por su lado, es también verdad que esta estrofa es depresiva. Ella alude a una figura de la esclavitud en manos de España que se entendía en el siglo diecinueve, pero que hoy parece poco estimulante de la autoestima nacional.

Pero Largo tiempo es nuestro. Esa estrofa se ha incorporado al pedestal del Himno Nacional por decisión espontánea. Además, ella fue refrendada por el creador de la pieza. Y al habernos acompañado en todas, está consagrada. Nadie puede cambiar la letra que Grau cantó en el Huáscar. ¿Alguien tiene mérito suficiente?

Por otro lado, existe una última razón para la larga permanencia de Largo tiempo. Se trata de una cuestión de ritmo musical. La primera estrofa es triste y gimiente para que el coro emerja triunfante. La fuerza y brillo de Somos libres guarda relación con el lamento quejumbroso de Largo tiempo. La estructura musical del Himno es clásica y simple: alto, bajo, alto. Imposible cambiar el bajo por otra estrofa que no tiene ese tono. Se caería toda la composición.