martes, 29 de diciembre de 2009

Turroneros con dulce tradición



La República
08 de octubre de 2008

Por Karen Espejo.
Los ingredientes secretos de su deliciosa receta han pasado de generación en generación. Cada año, desde setiembre hasta noviembre, la familia abandona sus actividades y se dedica a la elaboración del turrón. Hoy venden más de 200 kilos diarios del tradicional dulce de octubre


Es considerada la reliquia más preciada de la casa, la de valor incalculable, la de los recuerdos atascados entre su madera picada. La carreta blanca con ruedas de fierro hoy luce frágil sobre el cemento, pero desde 1950 ha ayudado a los hermanos Achicahuala Gutiérrez a cumplir la promesa que le hicieron a su padre: "aferrarse a la herencia de un secreto familiar".

Así, antes de que Serafín Achicahuala –el padre de la familia– partiera al cielo, decidió difundir la receta del turrón casero a sus nueve hijos y ellos a los nietos del fallecido, cuando cumplieron la mayoría de edad. Así, como una ley de vida, entre el 15 de setiembre y el 15 de noviembre, la descendencia de don Serafín somete sus días a la preparación del dulce limeño.

"Por más lejos que estemos o por más trabajo que tengamos, nosotros dejamos nuestros empleos de choferes, comerciantes o contadores y nos dedicamos de lleno a elaborar el turrón. Cada hermano se especializa en una tarea diferente, Manuel, por ejemplo, es quien sabe los toques exactos para hacer la miel y Víctor tiene una paciencia única para atender a la gente", cuenta Teodosio Achicahuala (69), el mayor de este singular clan.

EL ÉXITO DE UNA PROMESA


¿Y acaso será la venta del turrón capaz de sostener a una familia tan numerosa durante dos meses? La única respuesta para don Víctor, cuyo nombre y rostro son actualmente los sellos del producto, es que cada año la familia vive un verdadero milagro de octubre. Aunque más que un fenómeno sobrenatural, es el deseo de los comensales de experimentar nuevamente los placeres que ofrece su acaramelado dulce.

"Algunas veces nos hemos querido echar para atrás, pero la mamita Zenaida, que hoy tiene 88 años, siempre nos ha empujado a cumplir la promesa de papá, que consiste en preparar el turrón para homenajear al Señor de los Milagros. Y siempre, cada año, las ventas se disparan, nuestros clientes no nos dejan y nosotros no les fallamos a nuestro padre, ni al Cristo Moreno", comenta don Víctor, sujetando las dos muletas que lo mantienen en pie.

Y es que la diabetes arremetió contra su vida y le hizo perder la pierna izquierda, pero jamás la fortaleza. "Cuando yo estoy detrás del mostrador la gente piensa que estoy completamente sano. Pero a veces me ven de pie, se dan cuenta de lo que me pasó y se ponen mal. Y ahí más bien soy yo quien los consuela, porque son estas las lecciones que te da la vida".

Mientras alinea los palitos de masa sobre una fuente metálica, Manuel Achicahuala asegura que fueron las manos de sus parientes las que modificaron el modo de acomodar los bastones de manteca. "Antes se acostumbraba poner todo de manera diagonal, pero tomaba más tiempo para el recorte y a nosotros aún más porque no teníamos horno, ni batidora, entonces todo lo hacíamos de forma manual. Para ganar tiempo cambiamos el estilo colocando una capa vertical y la otra horizontal y así terminábamos más rápido", explica.

Sin embargo, no es lo único que diferenció a este turrón de 58 años. Su masa bañada en miel es tan suave y agradable que muchos consumidores la piden pura, sin grageas, ni palitos de caramelo, ni estrellas. Solo la masa que pasó por el exigente control de calidad de don Víctor.

"Nosotros evaluamos una pequeña porción de la masa, si está bien armamos un cuadrado gigante de 20 kilos con los bastones ordenados transversalmente, pero muchas veces el sabor o la firmeza no quedan del todo perfectos y mando a hacer todo de nuevo. Los clientes merecen respeto y se dan cuenta de todo, por eso guardamos el máximo cuidado en cada proceso", afirma.


La vieja carreta blanca con la que Serafín Achicahuala empezó a vender los turrones está actualmente en desuso. Cada movimiento puede ser crucial para la caída de una de sus piezas, pero aún así la conservan. Hoy la familia atiende desde un local cercano a la iglesia de Las Nazarenas y desde una panadería en San Martín de Porres. Sin embargo, el antiguo vehículo siempre está ahí, recordándoles el inicio de su gran éxito.

CIFRAS

200 kilos de turrón "Don Víctor" se venden por día. Antes, la demanda apenas alcanzaba los 30 kilos.
S/.12 cuesta un kilo del tradicional dulce de octubre.

DATOS


Dónde ubicarlo. Los locales de don Víctor están ubicados en el jirón Chancay 479, Lima, y en el jirón Pacasmayo 3639, en San Martín de Porres. También puede solicitar pedidos al teléfono 568-7764.

A su gusto. Recuerde que el turrón se entrega al pedido del cliente. Usted elige la cantidad de miel que desea en cada una de las tres capas que componen el dulce limeño, así como los diferentes tipos de grageas y caramelos que decoran la tapa superior.

El más grande. Hoy a las 11 de la mañana, la Municipalidad de Lima presentará el turrón más grande del mundo en la avenida Tacna. Este año, el postre deberá superar el récord del 2006, cuando decenas de productores prepararon un turrón de 110 metros de longitud. Vaya a degustar este tradicional dulce.

¿Cómo se prepara el turrón?

Se bate la harina con la manteca, la mantequilla, el huevo, la leche, el anís y el ajonjolí (los hermanos Achicahuala agregan ingredientes secretos a la mezcla). Posteriormente se arman bastones de masa alineados de manera vertical, que luego serán llevados al horno.

Se da inicio al armado. Esta fase consiste en cubrir las grietas de la masa y luego echar la miel (hecha en casa con azúcar, chancaca, frutas frescas, como durazno, membrillo, y más ingredientes secretos). Hacer tres capas iguales.

Finalmente se deben colocar las grageas, los palitos de caramelo, las estrellas, y/o dulces con mensajes sorpresa, al gusto de los comensales, sobre la última tapa de miel. O en caso contrario, disfrute de este tradicional postre de octubre sin ninguna cobertura acaramelada, solo con la deliciosa miel.



Nadie nos quita lo bailado



Un recorrido por las modas, la música y las fiestas con las que arrancamos las tres últimas décadas.
La República
27 de diciembre de 2009

Por Hans Huerto

¡Bienvenidos los ochentas! ¡Chau, milicos!

“Veremos el día / pero de gran alegría/en la Navidad,/de gran alegría, mi amigo”. Así, con “En la Navidad”, el cantante de los cantantes Héctor Lavoe recibía los ochentas. Y el Perú seguía su ritmo en el ocaso del militarismo con Francisco Morales Bermúdez en el poder. La mejor forma de cerrar la década habría sido ganarse la lotería de Lima y Callao que sorteaba a fin de año ¡50 millones de soles! De ganarla, incluso, podía darse el lujo de pasar las fiestas en Miami a

US$ 600 vía la desaparecida aerolínea Braniff y pagando US$ 100 por una par de semanas en un departamento rentado.

Las fiestas para recibir los vertiginosos ochentas tenían la opción criolla de Charly y su peña, en la 3 de Arenales, con Eva Ayllón y Lucía de la Cruz, y la peña Aguirre o la de Polo Campos, en Barranco, donde el Zambo Cavero y Oscar Avilés eran el plato fuerte de la jarana. También estaba de moda La Yunta, un hueco folclórico frecuentado por chicos “bien” de la izquierda miraflorina. La noche del 31 de diciembre de 1979, la salsa, el ritmo de moda entonces, encontró su epicentro en el Latin Brothers, un emblemático salsódromo de Lince. Las fiestas más lujosas de la capital se celebraron en el Hotel Bolívar, el Hotel Crillón, el Círculo Militar, el Club Samoa y el Waikiki, de la Costa Verde.

“Pedro Navaja” de Rubén Blades sonaba duro en las radios. “El preso” de Fruko y su Tesos se unía a “Mi bajo y yo” de Oscar D’León y a “Los entierros” de Cheo Feliciano. Eran las salsas más bailadas del fin de año. Si no tenías los discos en casa, la programación de las radios Mar o Libertad te armaba la fiesta. La música disco competía en popularidad con la salsa. Así que los Bee Gees eran infaltables para recibir el 80. Junto a ellos, los suecos de Abba reclamaban “un hombre tras la medianoche” con su “Gimme! Gimme! Gimme!”; Deborah Harry, de Blondie, decía que ya no era punk y que tenía corazón de cristal en “Heart of glass”; Gloria Gaynor aseguraba que no había ruptura amorosa que pudiese acabar con ella, con el himno de fin de década “I will survive”; y los ¿chicos? de Village People la rompieron con el tema “Y.M.C.A”. Grandes celebraciones, aunque ninguna pudo prever la década de terror social, económico y político a la que daban la bienvenida.

“Grupo electrógeno garantizado”

Recibíamos los noventas con pocos ánimos, pocas importaciones, pocas exportaciones, hartos billetes en el bolsillo, pero de escaso valor. Sí, con mucha inflación. Agustín Mantilla, entonces ministro del Interior, no sabía a fines del 89 si el líder senderista Abimael Guzmán seguía vivo. El caos terrorista invadía Lima y una buena fiesta de fin de año debía asegurar el grupo electrógeno de gran poder, no vaya a ser que el Año Nuevo nos agarre en pleno apagón. Para la medianoche del 31 de diciembre, en el Hotel El Pueblo, sonaba la Orquesta de Rolando Berengel; en La Rosa Náutica, Kenji Yamasato y orquesta daban la hora; en el Sheraton estuvieron Habana Son y La sensual 990; a la Isla del Paraíso fueron a tocar Los Titanes de Colombia; en la Carpa del Crillón estuvieron las leyendas de la Sonora Matancera, Nelson Pinedo, Carlos Argentino y Leo Marini; la Máquina del Sabor incluyó juergas con La 990 y Perú Salsa All Stars. Un cartel nuevaolero estuvo en la fenecida Palizada de la avenida del Ejército, con Jimmy Santy a la cabeza. Así, entre apagones y coches bomba –y aún sin el gobernante del próximo decenio en el espectro político–, recibimos los noventas.

Un buen vestido floreado o un terno color pastel –sino blazer con camiseta a lo Miami Vice– eran indispensables en la indumentaria de Año Nuevo. Un traje podía costar 850 mil intis, en Adams, Él o Cónsul; un par de zapatos regular costaba 60 mil intis en Bata. Ahora bien, usted podía ser marginado de la fiesta si no sabía bailar el ritmo del momento: la lambada. Kaoma, con su versión acordeonada de “Llorando se fue”, de los Kjarkas, se adueñó de las ondas radiales de fines de década y había que saber meter con elegancia la rodilla entre las piernas de la pareja para seguir al pie de la letra los pasos del osado baile. “Love shack”, de los B-52’s, fue la Mejor-mejor del año en Studio 92, pero lo que más sonó entonces era la salsa sensual y el merengue. “Sobredosis”, de Los Titanes de Colombia; “Juana la cubana”, de Las Chicas del Can; “Mi amor amor”, de Johnny y Ray; “Como una loba”, de Milagros Hernández; y “Casco”, de Roberto Blades, fueron los temas imperdibles en las fiestas que recibieron los noventas.

La última noche del siglo

Aunque en strictu sensu el 2000 no fue el primer año del siglo XXI, a fines de 1999 se publicitaron los reventones de Año Nuevo como las fiestas de cambio de milenio. Las postrimerías del infausto decenio de Fujimori llegaron con la convulsión ya no terrorista, sino más bien signada por la corrupción institucionalizada.

Las más toneras de aquel entonces pertenecieron a la desaparecida tecnocumbia. “Que te perdone Dios” (Rossy War), “Te arrepentirás” (Ada Chura), “Ven a bailar” (Euforia) y “Baila conmigo” (Ruth Karina) suenan muy lejanas ya. La cumbia asomaba en Lima, con “Tu amor fue una aventura”, de Agua Marina, y “Siempre pierdo en el amor”, de Armonía 10. Los “chavones” gauchos de Sultanes la rompieron en ese entonces con “Decile que lo quiero”. Los boricuas de Proyecto Uno también se adueñaron del dial a fines del 99 con “25 horas”. La que nos comenzaba a deslumbrar con un cuerpo endiablado en uniforme colegial era Britney Spears, con “Baby one more time”; también sonó en las fiestas de fin de año Ricky Martin, con “Livin’ la vida loca”.

Muchos planearon amanecer ese Año Nuevo en una publicitada fiesta en el Santuario de Pachacámac, la cual tuvo que ser cancelada a última hora por Defensa Civil. Pero en el Cusco sí se celebró desde el 30 de diciembre, con el Concierto del Milenio –Rossy War, Pedro Suárez Vértiz, Guajaja y Julio Andrade–. El mismo día hubo la fiesta Apocalypsis, con Miki González y El Polen. La celebración cusqueña más sonada se organizó el 31 en Sacsayhuamán, la Fiesta de la Luna, que incluso fue televisada por TNP. En Lima, era imperdible el tono en el agonizante Crillón, con la Orquesta de Andrés Silva, que amenizó años nuevos desde los setentas. En el Muelle Uno la fiesta era amenizada por Son D’León y Antonio Cartagena. La salsa también sonó en la discoteca Break, de moda en aquel entonces. El Kokomo’s, de la playa Pulpos, se hacía pionero de las fiestas playeras, cuya explosión comenzaba entonces. La movida de Jeanet Barboza recibió el 2000 en el Club de Tiro del Rímac. Tres décadas que, aunque disímiles en sus finales, arrancaron con las mismas ciegas esperanzas de un mañana luminoso. ¡Salud!

sábado, 19 de diciembre de 2009

Viejas noticias del cataclismo

31 de mayo de 2008
El Comercio

El 31 de mayo de 1970 un devastador terremoto conmocionó el norte del país. Unas setenta mil personas murieron en el desastre

Por David Hidalgo Vega

Solo en la ciudad de Huaraz, la cantidad de muertos supera la cifra de diez mil. Sin embargo, es posible que nunca se llegue a precisar el número, en vista de que los cadáveres están siendo enterrados por centenares, sin previa identificación, especialmente en los caseríos o zonas aledañas. A la cantidad de muertos antes anotada se suma 20 mil heridos contabilizados hasta el momento por el personal médico que presta primeros auxilios en la zona. Estos trágicos resultados han sido observados en la misma ciudad de Huaraz por este enviado especial, quien llegó allí al mediodía de ayer luego de un penoso viaje a pie que duró 50 horas. El cuadro es pavoroso. Huaraz está completamente destruida. La mayor parte de las casas construidas de adobe que componen el centro urbano se han derrumbado. Las restantes, levantadas en base a materiales nobles, cuando no han cedido totalmente a la fuerza del sismo, presentan tan graves daños que en la mayoría de los casos se las considera inhabitables.

Víctor Rodríguez. Enviado especial de El Comercio. Viernes 5 de junio de 1970.

La mayor pesadilla de los Andes es un recuerdo que flota en la memoria como un fantasma. Se refiere a cuarenta segundos fatídicos de hace treinta y ocho años. La contabilidad de las tragedias nacionales lo pinta brutal: una ciudad desaparecida, poblaciones sepultadas, un miedo que casi cuatro décadas después todavía reaparece cuando nuevos golpes sacuden al país. El terremoto del 31 de mayo de 1970, un cataclismo de 7,8 grados en la escala de Richter, abrió grietas profundas en el lomo de la cordillera y en el destino de una nación. Los pocos sobrevivientes de la zona más afectada y primeros testigos dejaron relatos temblorosos de aquellos momentos. Muchos quedaron registrados en las páginas de El Comercio.

Los enviados especiales de este Diario fueron de los primeros en llegar a una región devastada. Por sus ojos se fue descubriendo la tragedia en las primeras planas. "Terremoto en el norte", anunció la portada del día siguiente, "se teme que el número de víctimas sea muy elevado". "Hay más de mil muertos", advirtió el titular de la segunda mañana. Para el tercer día, las previsiones de descalabraron: "30 mil son nuestros muertos", clamó la primera página. Las desgracias venían repartidas desde Chimbote, Trujillo y, sobre todo, del Callejón de Huaylas. Llegaban de a pocos, por el corte de las comunicaciones, pero traían las voces necesarias para comprender el panorama. "Hemos pasado la noche más triste de nuestra vida --declaró el alcalde de Huaraz--. En una infatigable jornada, que comenzó desde el momento de producirse el movimiento telúrico, grupos de voluntarios no dejaron de prestar auxilio a los heridos, rescatar cadáveres y proteger a mujeres aterradas y niños indefensos".

Las fotografías de esos días tremendos mostraban un panorama insólito: en el Callejón de Huaylas los escombros de una ciudad aprisionaban decenas de cadáveres sin sepultura, en Chimbote había gente que por necesidad debió refugiarse en construcciones derruidas, en Huarmey los pobladores se arriesgaban a cruzar un puente a punto de colapsar. Frases apocalípticas encabezaban las informaciones: "Luego del terremoto, siniestros aluviones cubrieron los pueblos", "Casi está en ruinas la ciudad de Huaraz", "Huaraz ofrece pavoroso aspecto".

Un dramático mensaje radial fue captado por breves minutos, ayer por la mañana, procedente de Huallanca. Decía: "Tuvimos un amanecer de terror. La tierra sigue temblando. Los cerros se desmoronan estrepitosamente. Una espesa nube de polvo cubre toda la región. La gente muere asfixiada". Y aquí se cortó bruscamente la comunicación. Asimismo, se supo que el caserío de Ampay, en la provincia de Bolognesi, había desaparecido totalmente. Una comisión que llegó a Barranca, viajando 24 horas a pie por los cerros, informó que de las tres mil casas que había en Ocros, solo 5 se mantenían en pie, entre las rocas y piedras de los cerros aledaños. Sobre otros pintorescos pueblecitos y caseríos del Callejón de Huaylas no se sabe nada. En cambio hay noticias sobre 23 muertos en Trujillo y sus distritos. En Huaraz la situación es desesperante. Faltan manos para sepultar los cadáveres, que en algunos barrios han entrado en descomposición. El hambre comienza a dejar sentir sus efectos. Se teme el desarrollo de alguna epidemia.

El Comercio, miércoles 3 de junio de 1970.

El reportero Javier Ascue, enviado por este Diario, fue el primero que llegó a Yungay. Había cruzado a pie las heladas punas de Áncash para constatar con sus propios ojos lo que había pasado. La señal de que iba en la dirección correcta fue el olor de los cadáveres que puso sus sentidos en alerta. Al principio apuntaba los cuerpos que iba encontrando. Dejó de hacerlo cuando resbaló sobre una montaña de cuerpos abiertos. "Me queda el trauma de saltar cuando siento algo blando", dijo hace un tiempo, al recordar esa experiencia. Poco después encontró las palmeras enterradas que eran ya el último signo de lo que había sido una ciudad.

La población de Yungay estaba calculada en 25 mil personas. La vesania de esa historia era que por esos días se había organizado una feria comercial que reunía a pobladores de otras tres ciudades cercanas. De esa multitud, solo sobrevivieron 92 personas. Fueron las que alcanzaron la altura de algunos cerros para escapar del alud. El resto pereció bajo 50 millones de toneladas métricas de hielo y piedras. A una velocidad de 300 kilómetros por hora, esa masa fue tan letal como un arma de destrucción masiva. "Casi me vuelvo loco, escuchaba voces que me pedían ayuda desde abajo, lloraba cuando los niños me preguntaban por sus madres, dormí una noche a la intemperie y no soporté más", ha contado Ascue sobre sí mismo. Su angustia de testigo no era exagerada: 20 mil huérfanos tuvieron que iniciar una vida distinta desde esa fecha.

Por ser nuestro territorio definitivamente sísmico, por estar en zonas de fallas geológicas, en las que los temblores y terremotos se originan, las edificaciones de nuestras ciudades deben ser asísmicas. Ciento por ciento asísmicas. La arquitectura está muy avanzada en ese sentido y puede garantizar construcciones resistentes. Si a lo largo de una centuria ocurren como media docena de terremotos en el Perú, este fatídico accidente justificaría a plenitud un reglamento que obligase a los constructores de edificios, en la medida en que los problemas de orden financiero lo permitan, a incluir en sus obras como primer requisito el diseño asísmico, no solo en Lima sino en todas las ciudades del país. Será una prudente manera de aprovechar la enseñanza dejada por la desgracia.

Editorial de El Comercio, martes 2 de junio.

La conciencia se manifestó al mismo tiempo que las noticias desde el frente de infortunio. "El tiempo está mostrando las gigantescas proporciones del desastre", señaló un editorial del decano de la prensa nacional. Entonces tomaban cuerpo las evidentes fallas de previsión y, de paso, de organización para responder a las tragedias. "En el Perú está por escribirse la epopeya del hombre que sobrevive como los peces de peña, como los líquenes aferrados a las rocas", dijo en términos más poéticos un columnista nuestro de esos días.

Y, sin embargo, el país se movilizó de inmediato, como en cada llamado del dolor. Cuando ochenta paracaidistas del Ejército y la Guardia Civil tomaron el control de la zona, el drama fue paliado con actividades y gestos de solidaridad. El Comercio puso a disposición del público su sistema radial para facilitar la comunicación entre familias separadas. La Universidad de San Marcos publicó un comunicado en que anunciaba la donación de un día de trabajo por parte de todos sus trabajadores. La Sociedad Nacional de Pesquería se comprometió a donar cien millones de soles, que serían cubiertos con aporte de las entonces poderosas empresas de harina de pescado. Incluso la selección peruana de fútbol, que por esos días disputaba el campeonato mundial de México, anunció desde allá que enviaría 11 mil dólares, salidos de las primas que le correspondían a cada jugador por su participación. Los testigos de ese tiempo, los que se salvaron de la desgracia o quienes la vivieron de lejos, recuerdan el gesto como uno de los atenuantes del dolor en días tan trágicos. El Comercio lo consignó como un signo de esperanza.

Pese al sentimiento que embarga ahora al pueblo peruano por la tragedia sísmica que ha enlutado muchos hogares, en Lima y se sabe también que en algunas provincias se desbordó la alegría por el triunfo de nuestra selección frente al elenco búlgaro en su primera presentación en el Mundial de Fútbol de México. Los muchachos peruanos dieron el mejor paliativo para el dolor que embarga al Perú por la tragedia. En esta capital, desde las 4 de la tarde, la gente se "guardó" en sus casas o también en los bares y bodegas, donde hubo receptores de televisión para no perderse ni un minuto las incidencias del encuentro Cuando en las ondas sonoras se escuchó el pitazo final con el triunfo de Perú, la gente se lanzó a las calles para celebrar el triunfo. El ambiente que se vio el día anterior por la tragedia del sismo, lleno de melancolía y pesar, dio un vuelco increíble.

El Comercio, miércoles 3 de junio.

viernes, 18 de diciembre de 2009

'La guerra de los mundos' y una noche de pánico radial



25 de octubre de 2008
El Comercio

En unos días se cumplirán 70 años de la célebre transmisión radial de la novela de H.G. Wells. El Comercio contó el terror que agitó a EE.UU.

Por David Hidalgo Vega

No resulta difícil de creer que una voz como esa asustara a una nación, pero lo que se desató esa noche, 30 de octubre de 1938, fue un aluvión de todos los temores que pueden desmoronar a un país. Nueva York, epicentro de la histeria, fue agitada por un éxodo de vecinos aterrados, los teléfonos de la policía reventaron con llamadas de urgencia y los templos fueron invadidos por desubicados que lloraban la llegada del fin del mundo. La voz de Orson Welles y de otros actores bajo su mando habían atizado lo que las agencias de noticias registrarían como "uno de los más grandes pánicos colectivos que jamás se ha visto".

El titular que llegó a los limeños la mañana siguiente, en la portada de El Comercio, debió leerse con alarma en un período de amenazas bélicas: "Una audición de radio transmitida anoche en Nueva York ocasionó pánico en todas las ciudades de Estados Unidos". Por esos días, los diarios informaban de la Guerra Civil Española, de la segunda guerra entre China y Japón, del agobiante acoso nazi contra los judíos en Alemania. Los detalles de este caso, sin embargo, provenían de la más cruda ficción: "Millares de personas creyeron que los habitantes de Marte estaban invadiendo y atacando el sur del país", decía el encabezado.

Atacantes del espacio

El episodio había comenzado a las 8 p.m. de ese domingo. La estación radial CBS había preparado una dramatización de la novela "La guerra de los mundos", del escritor H.G. Wells, para un programa de mediana sintonía llamado "Teatro Mercurio en el aire". La historia, escrita en 1898, relata el ataque de seres extraterrestres a varias ciudades de Inglaterra, en un intento por invadir el planeta. Orson Welles, el joven director del espacio, adaptó la obra para formato radial y cambió el escenario a Nueva Jersey, Estados Unidos.

Pero su adaptación era incluso más radical: se dice que Welles había instruido a su elenco para que interpretara cada papel con el realismo del célebre reportaje sobre la caída del dirigible Hindenburg, un episodio famoso por el llanto del reportero al momento de narrar la tragedia que presenciaba. De hecho, el guion adaptado incluía supuestos boletines noticiosos que iban a encauzar la historia.

La transmisión se inició con un reposado número musical interpretado por la orquesta de la estación. De pronto, un supuesto reporte alertó de inusuales explosiones en el planeta Marte, tal como en la novela. Entonces se oyó la voz de un respetado astrónomo -encarnado por el propio Welles-, quien declaró que no había nada de qué preocuparse.

El programa siguió hasta que fue interrumpido por uno y otro reporte sobre sucesos inimaginables: primero, que un meteorito había caído en la localidad de Grover's Mill, Nueva Jersey; luego, que ese meteorito era en realidad una nave espacial, de la que salían seres extraterrestres; que los invasores atacaban con rayos capaces de desintegrar a las personas. En plena transmisión un supuesto reportero daba su informe cuando al parecer sucumbió por el ataque alienígena. "En este momento nos está sofocando el gas venenoso. Esta será la última transmisión que haremos en nuestra vida", se llegó a escuchar por las radios caseras.

La historia "fue realizada con tal sensación de realismo [...] que innumerables personas creyeron en la efectividad de esas fantásticas noticias", diría el reporte de los cables publicado por El Comercio. En los boletines del programa se daba cuenta de combates entre las Fuerzas Armadas estadounidenses y los invasores en las calles de Nueva Jersey. Se cuenta que en ese delirio, un hombre entró a un teatro dando gritos de alarma y en menos de tres minutos el público huyó del lugar como pudo. Cientos de personas se lanzaron en auto para escapar de la ciudad. En un edificio, treinta familias se organizaron para la fuga "con la cabeza y cara envueltas en toallas húmedas para librarse de los gases venenosos".

Pocas veces tuvo el miedo tal efecto expansivo. Una radio de Utah informó que numerosas familias estaban alistándose a evacuar la ciudad; la policía de Filadelfia reportaría luego unas tres mil llamadas de emergencia y la central de una emisora otras cuatro mil; el dueño de un hotel de esa ciudad denunciaría que todos sus huéspedes huyeron aterrados por el ataque. El peor susto, sin embargo, debió ser el que se llevaron los habitantes de Concrete, en el estado de Washington: en el momento en que el supuesto reportero se despedía de la vida, un apagón sobresaltó a toda la ciudad. "Los radioescuchas, olvidando de que se trataba de una dramatización, se alarmaron y comenzaron a llamar por teléfono a sus amigos y darse las voces de una casa a otra, creciendo progresivamente la excitación", indica la nota aparecida al día siguiente. Hasta los que no habían escuchado el programa cayeron en la corriente de pánico. Todos querían huir a las montañas.

La congestión de las líneas telefónicas y otros percances técnicos alimentaron el caos. Cuando los encargados de la CBS se dieron cuenta de la crisis, lanzaron llamados a la calma, pero la psicosis duró un buen rato más. Hasta en cuatro oportunidades se había advertido a los radioescuchas de que se trataba de una ficción, o eso es lo que dijo la cadena para librarse de responsabilidades. En cualquier caso, pocos escucharon los 55 minutos y medio que duró el programa. La mayoría captó apenas un fragmento y se dejó llevar por la reacción en cadena. "El error se atribuye a la costumbre del público de escuchar boletines sobre la reciente crisis de Europa y consideraban posible la realización de cualquier horror", ensayaría un cable como explicación de los hechos.

Algunos psicólogos entendieron que el público estaba sensible debido al todavía fresco estado de alarma. Alguien, más malicioso, sugirió que se había tratado de una maniobra psicosocial. "El Departamento de Guerra no podría haber inventado nada más barato para hacer un experimento sobre la amplitud de las emociones producidas por informes falsos y aterradores", dijo un profesor de la Universidad de Long Island. Las disculpas de la estación no fueron suficientes: una comisión federal anunció que investigaría lo ocurrido para determinar si era hora de imponer regulaciones.

Tampoco bastaron las excusas de Orson Welles, quien prometió ante un grupo de periodistas que no volvería a intentar una audacia semejante. "El nombre de Marte es casi sinónimo de fantasía. No comprendo cómo hayan podido equivocarse", dijo. El episodio incomodó incluso al autor de la historia original H.G. Wells, quien había vendido los derechos a la CBS. "No he dado permiso alguno para que en la obra se introdujesen alteraciones que pudiesen inducir a la creencia de que se trataba de hechos reales", aclaró. Semanas después un programa radial reunió a novelista y dramaturgo para comentar, ya entre bromas, lo que había pasado. Eso tampoco bastó. Medio siglo después surgiría la hipótesis de que todo había sido parte de una conspiración.

Así lo informó El Comercio:
1 de noviembre de 1938: Se explica el caso como un fenómeno de "histeria colectiva". La Comisión Federal de Comunicaciones de EE.UU. anuncia una investigación para determinar posibles sanciones y regulaciones.
31 de octubre de 1938: Una pequeña nota da más detalles sobre la crisis. Según los cables noticiosos, los habitantes de Nueva Jersey creyeron que había caído un meteorito, como informó al inicio el programa.

Memorias de un monarca



ACERCA DEL LIBRO “MI LEGADO”, DE O’REI

01 de febrero de 2009
El Comercio
Inolvidable con la pelota, talentoso con la pluma. Pelé recuerda sus primeros pasos en la selección, los mandamientos de Didí y a un peruano: Ramón Mifflin

Por: Jorge Barraza

“En el fútbol, el 10 representaba la habilidad, la elegancia, pero también el conductor de equipo”, señala Pelé en su bello libro “Mi legado”. Y confiesa: “Estoy orgulloso de pertenecer a ese grupo de artistas del fútbol; sin embargo, el 10 cayó en mi espalda de pura casualidad”. Brasil llegó a Suecia y había entregado la nómina de 22 jugadores, pero sin numerar. Como vencía el plazo, por insólito que parezca, un dirigente uruguayo que estaba en la FIFA puso los números al azar. A Gilmar, que era el arquero, le asignó el 3, a Garrincha, que era el 7, lo ubicó como 11, y a Pelé, un joven desconocido, le dio el casillero 10.

Su nombre es otro de los puntos que aclara O Rei. “Soy Edison, pero el periodismo siempre me llamó Edson. Y para mi familia soy Dico”. Aborda el lado negativo de la fama y las obligaciones profesionales de un deportista de élite. “A veces se menciona la palabra sacrificio y suena exagerada, pero es una realidad”, sostiene. Se refiere, en su caso, a las largas ausencias del hogar. “Regresaba a casa luego de una de esas largas y extenuantes giras con el Santos. Toco el timbre e inesperadamente abre la puerta mi hijo Edinho, que todavía era un niño pequeño. Me ve, pone cara de sorpresa, gira y le dice a su madre: Mami, mami, mira quién vino: ¡Pelé!”.

A lo largo de las 280 páginas, el astro destaca la figura de Didí como un lúcido estratega. “En la selección brasileña, él era nuestro técnico dentro de la cancha. Nos decía: Si practicamos jogo bonito, el gol viene solo”.

Narra un episodio de Suecia 58. “Mi mejor partido en aquel Mundial fue contra Francia. Ganábamos 3 a 1, había marcado el tercer gol y enseguida recibí un golpe en la rodilla, caí de dolor, miré al defensor con odio y estaba a punto de reaccionar cuando se alzó la voz de Didí: “Basta, que esto ya está. No se hagan lesionar ni echar que queda la final. Ahora, toque y toque y nada más””.

Describe a Didí como el cerebro y el paladín del toque: “Manejaba los hilos del equipo, imponía los ritmos y tocando fue el más grande de todos”. Recuerda aquella selección campeona de 1958 como “la mejor cuidada de la historia del fútbol brasileño”. La derrota ante Uruguay en 1950 había sido la gran lección. “No bastaba juntar lo mejor y confiar que llegara el éxito. No estábamos dispuestos a esperar que llegara, íbamos a ir a buscarlo”. Luego sentencia: “Cuando preparación, talento y confianza se unen, producen grandes cosas”.

El libro comienza con una notable confidencia: a los 15 años, apenas arribado al Santos, intentó fugarse de la pensión de Vila Belmiro. Había llegado ultrarecomendado, directamente para la Primera y sufrió un revés inesperado. Mientras lo nutrían y preparaban físicamente para el primer equipo, disputó una final juvenil. Santos quería ganarla y pese a que jugaban muchachos de 18, tres años mayores que él, Pelé ya estaba sindicado como futura estrella. Lo alinearon. “Tal vez por todo lo que se esperaba de mí, no jugué bien. Cerca del final hubo un penal para nosotros y el técnico ordenó que yo lo pateara. Lo erré y encima perdimos el partido y el campeonato. Quedé sumido en el terror”, cuenta. A la mañana siguiente, muy temprano, en total sigilo, tomó sus pertenencias y sin avisar a nadie se iba para Baurú. “¡Eh, Pelé! ¿A dónde vas?”, lo paró el encargado de la concentración. Le dijo que no podía irse sin autorización. “Con calma, afecto y sabiduría me dio una lección inolvidable. Me dijo que la carrera de un futbolista está plagada de situaciones cambiantes, buenas y malas, que mi única preocupación debía ser prepararme siempre para ser el mejor, con el máximo de entrega, sin miedos y, sobre todo, sin pensar en el resultado”.

Pelé dedica al menos tres menciones muy laudatorias sobre la clase de Ramón Mifflin. Y evoca el Mundial 66 con su crítica más severa. Califica de “desastre total” la preparación de Brasil. Ya estaban encima del torneo y aún había 44 jugadores en la selección. “Se decidió armar cuatro equipos y que los cuatro entrenaran en lugares diferentes, algo inconcebible. Todo fue una locura”, dice. Y enumera una insólita cadena de errores. “Creíamos que después del 58 y el 62 conseguiríamos el tricampeonato, pero empezamos a perder el título mucho antes de llegar a Inglaterra”.

Igual, repasa con dolor “el sutil complot contra los sudamericanos en aquel Mundial”. “Me escandaliza pensarlo”. Y detalla el manejo de Stanley Rous con los jueces: “Les dio instrucciones de que fueran amables con el juego “viril” de los europeos contra los sudamericanos. Le hicieron caso: el búlgaro Zhechev hizo todo lo que pudo para perjudicarme y el árbitro Jim Finney miraba para otro lado”. Considera como “crueldad” la brutal patada del portugués Morais, que luego de hacharlo y tumbarlo, saltó sobre él y lo lesionó seriamente. “Brasil, con diez hombres, quedó fuera del campeonato, pero el árbitro, otro inglés, hizo la vista gorda y Morais siguió jugando”.

Palabra de número uno.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Hiroshima: El primer estallido del miedo



El Comercio
06 de septiembre de 2008

El 6 de agosto de 1945 estalló sobre Hiroshima la primera bomba atómica utilizada en una guerra. Así nos fuimos enterando de qué se trataba

Por David Hidalgo Vega

Hasta ese día ninguna mente tranquila asociaba la muerte al hongo de fuego que tememos hoy. La Segunda Guerra Mundial dejaba un nuevo recuento de cadáveres y escombros en la historia universal de la destrucción humana. Los diarios anunciaban cercos, grandes desplazamientos militares, bombardeos aéreos. Mientras los primeros dirigentes nazis eran enviados a los juzgados para responder por sus atrocidades, los países occidentales apuntaban sus armas al resistente enemigo japonés. Y sin embargo, cualquier imaginario del Apocalipsis iba a resultar insuficiente. Esa mañana de agosto la portada de El Comercio informó a los limeños de un bombardeo conducido por 580 aviones de la fuerza aliada contra el imperio asiático. En medio de esa hemorragia ofensiva caía el arma que iba a cambiar el equilibrio estratégico del planeta. "Usan contra los nipones una poderosa bomba atómica", señaló un pequeño titular. Había un aire de cautela ante lo desconocido.

El cable noticioso traía desde Washington el anuncio del presidente Harry Truman, el hombre que abrió las puertas del infierno. "Hace 16 horas un avión arrojó una bomba en Hiro Shima (sic), importante base aérea japonesa. Esa bomba tenía un poder mayor que 20.000 toneladas de TNT. Tenía un poder dos mil veces mayor que la 'Grand Slam' británica, que es la bomba más grande que se ha usado hasta ahora en la historia de la guerra. Los japoneses comenzaron la guerra desde el aire en Pearl Harbor. Han sido pagados con la misma moneda en forma múltiple. Y el fin no ha llegado todavía".

Había cierto velo lúgubre en el comunicado que la Casa Blanca difundió poco después de la gran explosión, casi una megalomanía del exterminio. "La bomba atómica es la concentración del poderío básico del universo", en palabras de Truman. Había sido el mayor proyecto bélico de la historia: 125 mil personas habían trabajado con un presupuesto de dos mil millones de dólares, bajo la guía de los mayores científicos de su tiempo, proclamaba el Gobierno Estadounidense. Entonces el público de todo el mundo se enteró de que en los últimos años se había librado una batalla silenciosa paralela a la que se daba en los frentes: se trataba de la carrera científica por manejar la energía atómica con fines bélicos.

Truman reveló a sus ciudadanos que tres años antes los alemanes habían estado a punto de desarrollar la fuerza más devastadora que se podía imaginar. Ahora eran EE.UU. e Inglaterra los abanderados de ese logro. "La batalla de los laboratorios tenía para nosotros riesgos funestos, como las batallas en aire, tierra y mar. Y ganamos la batalla de los laboratorios como ganamos las otras batallas", señaló el mandatario estadounidense en tono triunfal. El ex primer ministro británico Winston Churchill fue un poco más prudente: "Debemos rogar para que estos terribles medios sean utilizados para llevar la paz entre las naciones. En lugar de armas de destrucción mundial, deberán ser fuente perenne de prosperidad mundial".

Todavía no se conocían públicamente los verdaderos efectos del lanzamiento. El Gobierno Estadounidense aplicó de inmediato una censura informativa que las agencias de noticias no podían disimular. La verdad se iría conociendo por los reportes de las radios y agencias japonesas.

APOCALIPSIS AHORA

La ofensiva sumaba catorce ciudades golpeadas al momento en que la bomba cayó sobre Hiroshima. En las primeras horas, las emisoras niponas informaron del ataque sin dar detalles de los daños. Uno de los primeros síntomas del impacto fue dado a conocer por Radio Osaka: todos los servicios de ferrocarril que conectaban con la ciudad bombardeada estaban interrumpidos. Al día siguiente, el titular de El Comercio dio cuenta de la devastación anunciada por Radio Tokio. "El impacto fue 'tan terrible que prácticamente todos los seres vivientes fueron literalmente carbonizados por el tremendo calor y la presión producidos por la explosión'".

Así se iba enterando la humanidad de su peor descalabro. El general Spaatz, comandante de las fuerzas estadounidenses, estimó que el 60% de la ciudad había sido arrasado. Los cálculos iniciales hablaban de cien mil muertos o heridos. Con las horas el estimado se elevó al doble. "El proyectil atómico ha causado la mayor destrucción instantánea por mano del hombre que jamás se haya registrado", según el informe de una agencia de noticias occidental publicado en este Diario.

Entonces empezaron a circular versiones apocalípticas sobre el efecto a futuro de la bomba. El doctor Harold Jacobson, uno de los científicos de la Universidad de Columbia que participó en el proyecto, dijo que el área bombardeada tendría efectos letales durante al menos setenta años. La respuesta oficial llegó por parte del físico J. R. Oppenheimer, el director científico del proyecto: "Sobre la base de todos nuestros trabajos experimentales y estudios y de los resultados de los ensayos en Nuevo México, no existe ninguna apreciable radioactividad en el terreno de Hiroshima y la poca que hubo ha desaparecido en forma sumamente rápida". Futuras evidencias desintegrarían esa explicación.

La mayor fuerza jamás imaginada se convirtió en un enigma popular. La prensa internacional indagó fervorosamente detalles de cómo había sido fabricada la bomba, dónde, si existían más, si serían utilizadas en la guerra contra Japón. Este Diario publicó artículos científicos en los que se explicaba los principios físicos que sirvieron para producir semejante arma, los mecanismos de detonación. Un sencillo grabado mostraba que el impacto de la bomba atómica en el terreno podía dejar un forado diez veces más grande que el de una bomba de 11 toneladas. Pocas veces la catástrofe debe haber generado tal fascinación.

Entonces llegó el momento en que el imaginario mundial quedó marcado para siempre. El 14 de agosto de 1945 El Comercio publicó cinco telefotos que captaban el efecto de la explosión. Tres mostraban, por primera vez, el terrible hongo que se levantó sobre Hiroshima; una mostraba la ciudad de Nagasaki antes del segundo ataque atómico de esos días; y la última, el hongo que la cubrió después. Allí quedó claro el horror. Allí nació la imagen contemporánea del miedo.








martes, 15 de diciembre de 2009

Lolo Fernández: La despedida de una leyenda


El Comercio
30 de agosto de 2008

Hoy se cumplen 55 años del día en que el legendario Lolo Fernández se retiró del fútbol profesional. Su último partido fue un acontecimiento nacional

Por David Hidalgo Vega

El santoral de los esfuerzos deportivos tiene en su nómina a un hombre famoso por resistirse a las tentaciones. La memoria popular lo ha consagrado como un testamento apócrifo de la fidelidad: hubo un día en que Lolo Fernández, el cañetano que hizo del fútbol un evangelio, renunció a un cheque en blanco que lo hubiera llevado al extranjero con comodidades de crack, solo para mantener la promesa de entregar hasta los últimos sudores por su club. Los archivos deportivos le conceden cierto juego de préstamo en un club argentino como máxima licencia personal. De modo que el día de su retiro, 30 de agosto de 1953, sobre la cancha del Estadio Nacional se planteaba más que el adiós a un crack, más que noventa minutos de talento en repliegue, más que un ejercicio de fervor popular: esa mañana moría una forma de entender el fútbol como un patriotismo.

En los días previos, no se tenía certeza de que el 'Cañonero' participaría en el encuentro que Universitario sostendría con Alianza. Era un clásico más. Los diarios iban soltando versiones corregidas sobre las alineaciones. Algunas columnas deportivas exacerbaban la expectativa a favor de uno y otro equipo. Se hablaba del tiempo original en que nacieron de estratos distintos, y del tiempo reciente en que se habían convertido en garantes del equilibrio social estratégico de la afición.

De pronto apareció la versión de que Lolo, un ídolo que ya entonces parecía de otra época, volvería a defender la camiseta crema. El columnista Álvaro Penal, de El Comercio, lo consignó así: "El domingo, fuera de toda consideración abstracta o futbolística, es posible que aparezca en la cancha un hombre que llena con su nombre las dos épocas, un hombre que es como un sobreviviente de sí mismo, inexpugnable al tiempo y a las defensas bravas, caballero andante del fútbol nacional. En suma, Lolo. Si Lolo apareciera este domingo en el estadio, la 'U' será más 'U' que nunca y el Alianza apelará a todos sus penales gloriosos para evitar que lo venza ese fantasma, único fantasma que es capaz de hacer goles, todavía".

Había que aclararlo, porque en realidad el tiempo no parecía dejar cuentas pendientes con el astro crema. La duda prendía en los territorios de la maledicencia y se extendía sin disimulo hacia todos los caminos. El síntoma más evidente apareció solo horas antes, en la edición de El Comercio, en la víspera del encuentro. "La reaparición de Lolo provoca una discusión: ¿Podrá resistir los 90 minutos?", preguntaba un titular. El equipo ni siquiera contaba con todos sus cuadros, como para aliviar la carga de su jugador mito. Alianza estaba primero en la tabla, la 'U' iba quinto. Los comentaristas hablaban del equipo victoriano como una máquina engrasada y lista. "Alianza se presenta más parejo y armónico que su rival. La mejor clase de sus integrantes, la homogeneidad de sus líneas le confieren todos los merecimientos para una victoria incontrastable. Solo hace falta que esa delantera se eche a caminar", describía el comentarista de este Diario. La 'U' era vista apenas como un equipo acostumbrado a los "injertos de última hora", que solo sabía ganar gracias a un impredecible espíritu de lucha.

Ese era el estado de cosas el domingo 30 de agosto. El encuentro previo entre el Centro Iqueño y el Unión Callao había terminado con un estadio casi al desborde. En las afueras del estadio había quedado una multitud que no alcanzó entrada para el encuentro estelar.

El partido empezó como se preveía: Alianza se lanzó a la ofensiva y durante los primeros veinte minutos impuso su juego sobre un rival que solo atinaba a replegarse. El panorama cambió al minuto 27. El crema Gutiérrez pescó el balón por el centro de la cancha, superó a dos, burló a un tercero y mandó la bola a los pies de Lolo. El crack no la desperdició. Su tiro estampó las esperanzas del portero aliancista. Medio público estalló. El nombre del héroe salpicó las tribunas. La 'U' tomó cuerpo. Hubo patadas, criolladas. Intermedio. A los tres minutos del segundo tiempo volvió Lolo y clavó otro tanto. A los cinco se desquitó Alianza. Equilibrio. Poco después un segundo tanto íntimo trató de cambiar las cosas. Al minuto 30 la 'U' le cortó la viada. Y entonces llegó el tercero: Lolo captó una bola de Osorio y la mandó al arco. "Con ese tanto Alianza ya estaba vencido", escribió un cronista.

Fue la coronación. La hinchada aclamó al veterano que regresó del frío. La multitud bajó al campo para cargar a su tótem. Lo alzaron en hombros, lo vitorearon. El pueblo siguió su ritmo y empujó al astro a la vuelta olímpica, solo, con el aire grave acentuado por el paño negro sobre su cabeza. El estadio era suyo y Lolo se dejó llevar. Hasta los adversarios victorianos pugnaron por saludarlo tras la derrota. Más aplausos. "La presencia de Lolo significó ayer para su divisa y para él uno de los más clamorosos éxitos de los últimos años", escribiría esa tarde el cronista de El Comercio para los que iban a comprar el diario a la mañana siguiente. "Lolo electrizó como en sus mejores tiempos", dijo el titular a página completa.

Fue una tarde histórica. En las imágenes de esa jornada el ídolo crema aparece con el gesto incierto de quien no sabe qué le espera al otro día. Horas antes había confirmado a los reporteros deportivos que no pensaba continuar como profesional. Los tres goles eran una despedida casi cabalística. "El anuncio de su retiro cierra una de las etapas más brillantes de nuestro fútbol", señaló este Diario. El impacto del partido continuó por días. El Comercio inició con 10 mil soles una colecta pública para regalarle una casa. El presidente Manuel Odría puso otros 10 mil. Empresas públicas y privadas se unieron a la causa. Lolo fue cortejado por las radios, varios ministros lo invitaron a sus despachos para fotografiarse a su lado, su casa era asediada por fanáticos que querían saludarlo. Todavía le quedaban años de vida, muchos momentos para disfrutar las utilidades de su leyenda. Ese día de gloria le duró por años.

Últimas noticias del pasado
El partido en que Lolo Fernández confirmó su retiro de los escenarios deportivos, en agosto de 1953, fue seguido al detalle por El Comercio. El clásico Alianza-'U' terminó con el marcador de 4 a 2 a favor del cuadro crema.
31 de agosto
El Comercio relata los pormenores del partido realizado en el Estadio Nacional.
1 de setiembre
La colecta iniciada por este Diario se proponía adquirir la casa que el astro no podía comprar.
3 de setiembre
La euforia por la despedida del gran futbolista duró varios días y cautivó a los lectores.
31 de agosto
Titular de portada confirma el anuncio de Lolo de que no volverá a jugar oficialmente.
21 de setiembre
Tras semanas de incertidumbre, Universitario confirma el retiro de su jugador histórico.
1 de setiembre
Numerosas instituciones y personas particulares ofrecieron ayuda al astro.














sábado, 5 de diciembre de 2009

Los últimos días del Ayllu

Cusco

Polémica
La República
Por Flor Huillca
Fotos: Julio Angulo



El Ayllu no es un café cualquiera. Es un lugar simbólico que ya forma parte de la historia del Cusco. En este rincón acogedor, tal vez como en ningún otro lugar de la ciudad, todos son bien recibidos con la misma amabilidad y respeto. Impensable que alguien haga distinciones entre clientes locales y extranjeros.

La filosofía del café es simple: trato familiar y precios accesibles para todos.

Por eso el Ayllu es un lugar democrático, entrañable y con una privilegiada vista a la plaza. Para los cusqueños es el punto de encuentro entre familiares los viernes después de la misa, el huequito ideal para las citas entre amigos después del izamiento dominical de la bandera.

Y cada mañana lugareños y foráneos llegan hasta aquí para tomarse un buen chocolate y acompañarlo con un pan con nata (después del Ayllu sólo en el mercado de San Pedro se puede comer este manjar). La gente que cae por aquí después de las seis de la tarde oscila entre el ponche de habas o el ponche de leche.

El café, así como luce ahora, lo imaginó hace 37 años doña Visitación Paz de Beltrán. Entonces abrió el establecimiento en la Cuesta del Almirante, a una cuadra del lugar donde actualmente se encuentra, sin la mayor pretensión que compartir con sus clientes sus secretos de repostería que solo disfrutaban sus familiares.

Pericles Beltrán, hijo de la fundadora y actual administrador del Ayllu, recuerda que en ese entonces los clientes cautivos de su madre eran los alumnos de los colegios cercanos a la Plaza de Armas que morían por sus adoquines (chupetes) de leche pura traída desde Anta y por las lenguas de suegra, una dulce creación familiar rellena con manjar blanco.

En 1971 los Beltrán aceptaron la invitación de monseñor Julio Caballero, canciller del Arzobispado del Cusco, para ocupar una tienda de su propiedad en el llamado Portal de Carnes. Desde entonces la convivencia entre los inquilinos y arrendatarios se llevó satisfactoriamente hasta el 2006, cuando las pretensiones económicas de la Iglesia "se hicieron impagables". Y allí empezó una peregrinación judicial que acabará con el desalojo.

La multiplicación de rentas

El Ayllu pagó por ese local 2,000 dólares mensuales hasta el 2006. Su oferta para la renovación del contrato incluía pagar el doble por el alquiler. En el tira y afloja de la negociación ofrecieron pagar hasta 5 mil dólares, pero el Arzobispado tenía en mente otros proyectos para este local –dicen que allí se instalará un Starbucks Coffee– y decidió echarlos del local por el camino judicial.

Nadie le niega al Arzobispado el derecho de alquilar sus propiedades como cualquier privado, pero lo que mortifica a los cusqueños no es solo que el Ayllu ya no estará en la Plaza de Armas, sino ver a sus pastores preocupados por hacer dinero, ignorando la tradición de sus feligreses.

Estos cambios coinciden con la presencia en el Arzobispado del polémico Luis Castañeda, "Luchín", a quien monseñor Juan Antonio Ugarte Pérez le confía la administración de los bienes de la Iglesia en la sombra. Pericles Beltrán recuerda que, tras pedir varias citas con monseñor Juan Antonio Ugarte, "Luchín" fue encomendado para recibirlo. Este le dijo que el Arzobispado no era una beneficencia y que de ahora en adelante no querían inquilinos, sino socios.

"Nos puso tres condiciones si queríamos mantenernos, que se invierta entre US$ 200 y 300 mil para que sea un local A-1, dijo que no podíamos vender un café de 2 soles cuando en todo el mundo vale 6 dólares y que el promedio de consumo de nuestros clientes debería ser de U$ 80.

Las otras condiciones fueron que se pague un alquiler de mercado y que le entreguemos el 10% de nuestras ganancias mensuales", contó. En la práctica, era condenar a muerte al Ayllu llevándose de encuentro la tradición de los cusqueños. Son locales como estos los que marcan la diferencia, en medio de restaurantes para turistas y cadenas de comida rápida como el Bembos y Mc’Donalds.

Ciudad genérica

Para el escritor Luis Nieto Degregori, asiduo concurrente del Ayllu, estos cambios en el centro histórico buscan que el Cusco se convierta en una "ciudad genérica", moldeada más al gusto de los consumidores, sin respetar la particularidad que hace de esta ciudad histórica un espacio único.

"El Ayllu es parte de la tradición del Cusco, de la cultura viva que no puede desaparecer. Su salida se suma al desplazamiento del centro de otros locales tradicionales como la picantería La Chola y otros negocios de la Plaza de Armas, con lo que el Cusco está perdiendo su rostro único", dice.

Su defensa de esta tradición no cuestiona que cadenas de comida rápida se instalen en la ciudad, que el Arzobispado pueda disponer de sus propiedades o que los capitales extranjeros puedan invertir, sino que exige que estos intereses no distorsionen lugares emblemáticos.

A la voz de alarma que lanza Luis Nieto se suma la del cineasta cusqueño Luis Figueroa, director de la película Kukuli, quien recuerda que en el Ayllu se concretó un proyecto para restaurar este filme.

Figueroa dice que el Arzobispado no solo está echando al Ayllu, sino a sus clientes, que tenían en este café el único espacio para cusqueños en la plaza. "Este arzobispo no cree en Dios, cree en el dólar, es Opus dólares Dei", dice. El cariño de los usuarios por el Ayllu, que aún conserva viejos escaparates de madera y el mobiliario franciscano de antes, está plasmado en dos libros con mensajes que reflejan la añoranza por una tradición que se va cayendo de a pocos. "El Ayllu es una parte del Cusco", dice uno de los mensajes. ¿Quién podría decir que no?

Este clero quiere dinero

El Arzobispado ya ha sostenido en varias ocasiones que el precio que paga el Ayllu por ocupar una tienda frente a la Plaza de Armas, un local en el segundo piso y dos departamentos habitados es irrisorio.

Pero el cierre del Ayllu no es el único tema que ha enfrentado a la opinión pública con el Arzobispado. Los padres de familia del colegio San Antonio Abad están decididos a impedir que este centro educativo y el seminario del mismo nombre dejen de funcionar allí porque se pretende alquilarlos para un centro comercial y una tienda por departamento.

No hay que olvidar además que la nueva administración del Arzobispado retiró del Boleto Turístico, un circuito que agrupa todos los complejos arqueológicos y culturales del Cusco y que es administrado por las municipalidades, sus iglesias y conventos, para formar su propio circuito y tener control directo de sus ingresos.

La agencia de viajes de "Luchín" Castañeda fue acusada también por las demás agencias de turismo de ofrecer visitas privilegiadas a monumentos de las Iglesias que no se podían ofertar por ninguna otra agencia de viajes y de pretender dividir al Boleto Turístico para hacer un circuito paralelo entre el Arzobispado y algunas municipalidades.

El grupo Libido conoció también de las nuevas formas de administración del Arzobispado. Cuando quiso grabar un video clip en la Plaza de Armas a propósito de su premiación en MTV, le cubrieron la fachada de la Catedral con una tela porque no pagaron por derecho de uso.

De Valle Umbroso a Ballumbrosio

DIVERSIDAD

El Comercio
29 de noviembre de 2009
Por: Maruja Muñoz *

“El Carmen era un villorrio y cuando estaban los esclavistas era zona de los que se venían Escapados. Aquí vivieron mis abuelos, le ponían los grilletes y su argolla como si fueran bueyes. [...] ¡Le marcaban como a la res! Era tiempo de los patrones. Y se corrían los pobres “yanas’ (negros en quechua). Se iban también para el Guayabo”, contaba Amador Ballumbrosio a sus hijos, a sus nietos, a Milagros Carazas quien lo reproduce en “El canto del tordo”. Eusebio, el segundo de los 14 hijos de Amador dice, “mi padre contaba que a sus ancestros los llevó al Cusco el marqués de Valle Umbroso. Abolida la esclavitud los trajeron a Chincha”. Asegura que su ascendencia es swazi, una etnia sudafricana famosa por sus hilados, coloridas vestimentas, ceremonias y rituales. En 1652, ingleses y holandeses se peleaban por el té y por el territorio, mientras los nativos se disputaban lo que hoy es Swazilandia. Muchos swazis fueron capturados por los zulú y vendidos como esclavos.

El poderoso marqués

Luis Nieto Degregori dice de Valle Umbroso que “su voluntad se hacía ley”. Hijo ilegítimo de Diego de Esquivel, Marqués de Valle Umbroso y de Jarava y Esquivel, asentado en el Cusco a finales del siglo XVI, labró una formidable fortuna que engordaba al rey de España por lo que Carlos II lo recompensó con el marquesado en 1687. No se sabe si estuvo vinculado al comercio de esclavos pero sí a las Casas de Monedas Españolas en el Sur.

“Pues Amador, más que arquitecto graduado en la pobreza, es esa mezcla de danzante y músico“ (César Calvo).

El Valleumbroso que los abuelos de Amador conocieron debió ser Pedro José Zavala Bravo de Rivero, el VII y último de la dinastía. Heredó el título, varias casonas y una hacienda con 50 esclavos y 5 trabajadores libres. El historiador Tauro del Pino indica que en la Guerra de la Independencia fue apresado y “canjeado” por un coronel independentista. Valle Umbroso volvió al Perú en 1849, con dos hijos, Toribio y Juan. En 1866, mientras que Juan servía a España como ministro de Marina, Toribio defendía el Callao del ataque español en el Combate del 2 de Mayo.

“Con su toque de violín
mi abuelito me enseñó
a seguir bien el compás
y a mí no se me olvidó“
(A. Maguiña y C. Hayre)

“Le decíamos Champita”, de cariño. Amador era consciente de que las danzas y cantos que se hacían en los galpones no era juerga sino ritual de protesta y oración”, cuenta Silvia Villa Cartagena, madrina de varias promociones de negritos del Hatajo de El Carmen.

Canto antiguo

“Hace más de 350 años existen los cánticos del negro carmelitano, vienen de una inspiración ancestral que mi padre continuó porque así se lo prometió a su abuelo. Ahora, sus hijos somos la evidencia de que el panalivio, el zancudito, el festejo están en nuestra sangre”, dice su hijo Chebo.

“Me fui por un caminito,
me encontré con San Benito
y me dijo: mira hijito pórtate bonito”

No hay poblador de El Carmen y alrededores que no fuera rezado por Amador, asegura Silvia Villa. “Decía: se ha caído, se ha golpeado pero también asustado. Al caer la tarde, con un huevo y una estampita de la Virgen te rezaba. Inventábamos sustos para que nos rece porque acompañaba las oraciones con giros histriónicos y fábulas como “Me fui por el callejón, me encontré con San Hilarión y este me abrazó tan fuerte que me llegó al corazón”. “Lo de rezador lo heredó de mi abuela Isabel —dice Chebo— otros primos y yo también rezamos, es un don”.

Vamo” pa Chincha, familia

“Un día llegó a El Carmen el congresista César Larrabure y le dijo a mi padre que invite a la gente al Verano Negro. Amador dijo ¡Vamo pa´ Chincha familia! Larrabure le prometió muchas cosas, nunca cumplió. Mi hermana Marcela patentó la frase pero no sé si tendrá regalía”, recuerda Eusebio Ballumbrosio.

Alegría y continuidad

“Amador tenía tranquilidad, decía que hablar del racismo o discriminación era perder el tiempo. Y cantaba y creaba temas como Chinchibí y Papá Antonio sobre el trabajo en el campo”, reflexiona Eusebio.

¿Quién dará ahora, que Amador no está, la orden de inicio al Hatajo de los negritos de El Carmen?

“Alsicia, en su calidad de bailarina y quinta hija. Es la mayorala encargada desde que Amador quedó postrado. Ella está dirigiendo los ensayos y el 23 empieza el recorrido, casa por casa”, responde Silvia Villa y nuestro diálogo termina con este villancico carmelitano: “para adorarte, llegaremos, soberana Majestad, para que seas feliz en las noches y en pascua de Navidad”.

Murieron como muy muy

El Decreto de Huancayo (3 de diciembre de 1854) no puso fin a la esclavitud: “En 1965, en Chincha, había toque de queda. El negro Neptalí Joya, caporal de la hacienda San José y exhibía la “carimba” (marca) en la piel, contaba que después de la Guerra con Chile hubo un levantamiento exigiendo libertad. Murieron negros como muy muy. A raíz de esto se instauró el toque de queda que duró 100 años”, cuenta José Campos Dávila, doctor en Educación, docente universitario (“Cheche”, para sus amigos). Hermes Palma Quiroz, ex alcalde de El Carmen, precisa que el 24 de diciembre de 1879 hubo un levantamiento de campesinos negros de las haciendas Hoja Redonda, Alto Larán, San Regis y San José, “su lucha no era por libertad sino por mejores condiciones y trato. Había abusos, marginación, racismo, bajos salarios, falta de escuelas y servicios. Amador puede haber sufrido el régimen de las haciendas por su padre o cuando tempranamente tuvo que trabajar”.

[*] Periodista, investigadora de la cultura afroperuana.