jueves, 25 de febrero de 2010

Atentados Históricos


21 de enero de 2010
Trome
Por el Búho

Este Búho fue uno más de los que repudió al turco Ali Agca, aquel 13 de mayo de 1981, cuando atentó contra la vida de Juan Pablo II. Es más, esa cara de 'Loco' Perochena nos demostraba que era un hombre desquiciado. Fue el pináculo de una carrera delictiva iniciada desde los barrios marginales de Turquía que terminó en la Plaza de San Pedro, cuando con una pistola Browning de 9 milímetros disparó contra el Papa. Aguatero, recogedor de carbón, delincuente de poca monta, Agca fue reclutado por los fascistas del partido derechista 'Lobos grises', para acuchillar y aporrear a militantes de izquierda. De allí, a integrarse a grupos terroristas, hubo un paso. Asesinó al director del diario izquierdista 'Milliyet'. Fue su graduación. En la cárcel reconoció el homicidio y lo iban a condenar a muerte, pero sospechosamente fugó. De allí, con pasaportes falsos, pasó por Túnez, España, Alemania, Suiza y Bulgaria, para llegar a Italia y cometer el atentado. En su bolsillo se encontró una nota: 'Soy Ali Agca, he matado al Papa para que el mundo vea que hay miles de víctimas del imperialismo'. Lo sentenciaron a cadena perpetua en aislamiento. Pero el Papa Peregrino, al visitarlo en la cárcel y ofrecerle su perdón, posibilitó para que en junio del 2000 el presidente italiano lo indultara. Pero Turquía lo esperaba para que cumpliera condena por el asesinato del periodista del diario 'Milliyet'. Debía purgar condena hasta el año 2017, pero el 10 de enero del 2010 salió en libertad, después de 27 años de estar en la sombra. Nunca dijo quién le ordenó matar al Sumo Pontífice. ¿La KGB? ¿Los palestinos? Solo el fanático lo sabe.


Más misterioso aún fue Lee Harvey Oswald, detenido ochenta minutos después del asesinato del presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy, el 22 de noviembre de 1963. Lo acusaron de la muerte del oficial de policía de Dallas J.D. Tippit y del presidente. El pelado Oswald siempre negó haber disparado contra el mandatario. Oswald era un agente de la CIA y actuó como doble agente en la URSS. La investigación oficial estableció que no hubo conspiración y que Oswald actuó solo. Sin embargo, años después, la investigación de Jim Harrison estableció que Howard Hunt, un miembro de la CIA, en su lecho de muerte, responsabilizó al vicepresidente Lyndon Johnson de ser el autor intelectual del asesinato, porque sabía que nunca podría suceder a Kennedy. El crimen lo planearon agentes de la CIA rencorosos con el mandatario, como el propio Hunt y el jefe Cord Meyer, cuya esposa lo engañaba con el conquistador presidente. El asesino fue un experto francotirador de la mafia corsa apellidado Lucien Sarti. La película de Oliver Stone, 'JFK', protagonizada por Kevin Costner, apuesta directamente a la teoría de la conspiración. Lee Harvey Oswald nunca pudo declarar. Dos días después del asesinato, mientras era trasladado y custodiado por la policía, ante decenas de curiosos y periodistas, Jack Ruby le disparó a quemarropa y lo mató. En otras palabras, selló el crimen perfecto. Apago el televisor.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Cusco de Ayer y Hoy


Cusco de ayer y hoy I
Por el Búho
El Trome
28 de enero de 2010

Este Búho recuerda con nostalgia su primer viaje al Cusco. Nunca olvidaré que, desde Arequipa, tomamos el tren hacia la Ciudad Imperial. Pese a que estábamos en primera clase, el viaje hasta la parada en Juliaca fue durísimo. El tren se eleva hasta las más gélidas punas de la frontera entre Arequipa y Puno, con temperaturas bajo cero. Las lunas se convertían en hielo y cuando se derretía con el calor del humor de los pasajeros te mojaba. Los asientos no eran reclinables y muchos optamos por dormir en el suelo. Solo cuando llegamos a Juliaca, con el día, se puede apreciar uno de los paisajes más bellos del país, el tramo cuando del tren pasa por Sicuani, Ayaviri. Allí subían los ambulantes con polleras para ofrecer carnero asado, anticuchos, chicharrones, mote o papa con ajicito. El paisaje de eucaliptos, el río, llamas, alpacas, ovejas. El olor a naturaleza viva inflaba y purificaba mis contaminados pulmones de un universitario de 18 años llegado de Lima, una selva de concreto.

En Cusco me alojé en una preciosa casona camino a Sacsayhuamán, desde donde se veía toda la ciudad y la Plaza de Armas. En ese tiempo, 1980, Cusco era un pueblo para los ciudadanos del mundo, sin distingos de nacionalidad, pero sobre todo, de dinero. No había hoteles cinco estrellas ni restaurantes cinco tenedores. Los hoteles más caros eran baratísimos para los extranjeros y había posada hasta de 2 dólares para los 'mochileros'. En las noches, en la discoteca 'Abraxas' o en la movida calle 'Procuradores', se juntaban millonarios de Park Avenue con jóvenes estibadores españoles, universitarios brasileños o artesanos bolivianos.

El tren, para ir a Machu Picchu, era uno solo y únicamente variaba el horario. Con el ticket más barato te levantabas a las 5 de la mañana para salir a las 6. El otro te permitía salir a las 9. Todos los turistas íbamos juntos. Nunca, en la más fantasiosas de las ficciones, esos turistas podían imaginar que 30 años después, luego de un terrible desastre, la ayuda se iba a segmentar entre los que llegan del 'primer mundo' (USA, Japón, Europa) y 'el resto', léase latinoamericanos en general. ¿Qué diría la mexicana Emilia que me robó el corazón en las alturas de Machu Picchu? Me quedé corto, mañana continúo. Apago el televisor.


Cusco de ayer y hoy II
Por el Búho
29 de enero de 2010
Trome
 
Este Búho recordaba su primer viaje a Cusco. Contaba que en 1980 el turismo era horizontal, millonarios o mochileros comían en los mismos restaurantes, iban a las mismas discotecas, viajaban en el mismo tren y fuera de los aguaceros propios de la región, no se producían desastres naturales como el que vemos actualmente. Bellísimos albergues en Ollantaytambo se han destruido. El espectacular y mítico Camino del Inca, la obsesión de miles de turistas amantes de la aventura, se convirtió, de la noche a la mañana, en un 'camino de muerte', donde fallecieron una turista argentina y un guía peruano. El río Vilcanota, donde se hacía canotaje intrépido, entre risa y gritos, hoy es un río que transporta cadáveres de personas, vacas, chanchitos y llamas, televisores, muebles y sofás. Los turistas abandonados observan el río y se torturan al ver pasar a esos animales que podían haber servido para unos ricos chicharrones o pachamancas. Pero así de cruel es el destino y también la naturaleza. Justo cuando el departamento se llenaba de turistas millonarios, con hoteles carísimos, restaurantes cinco tenedores, ferrocarriles lujosos como el Expreso de Oriente, sucede esta desgracia que afectará a todos.
 
He estado en Cusco más de una docena de veces, llegando en avión y buenos hoteles, pero pierdo en mi memoria esos viajes y mantengo incólume mi mente el primero, en 1980. En tren, desde Arequipa y el regreso, en un destartalado ómnibus de la empresa 'Carmen Alto de Ayacucho', que se malograba en cada ciudad. Primero, al llegar a Abancay, donde nos dejaron una noche para dormir en el bus, pero con una gringa, los campesinos y pasajeros armamos una fiesta con ron, los comuneros con hojas de coca con cal -la gringa era experta- y me enseñó eso y muchas cosas más. Hoy esa ruta también está destruida por los huaicos. Paisajes hermosos, pueblos hospitalarios que sufren. ¿Será por eso que los Incas construyeron Machu Picchu en las alturas? ¿Porque sabían de la furia del Vilcanota cuando el dios Sol se enojaba? Pienso que el milenario Cusco sabrá levantarse. Es anterior a la República y la Conquista y sigue allí, como Machu Picchu, incólume. Apago el televisor.

martes, 2 de febrero de 2010

La novela de un joven pobre

Carlos Monzón: EL GRAN NOMBRE DE LOS MEDIANOS

El Comercio
Por: El Veco Escritor y periodista
Sábado 9 de Enero del 2010

14 de abril de 1970. Tiene cara de indio, porque allá en San Javier le cargaron la sangre de la tierra. Tiene la desconfianza del aporreado, del que pasó hambre, del que alguna vez en la infancia desconcertada aprendió a insultar a los uniformes…

Llegó a Santa Fe en una chata trepidante con sus viejos. Eran 11 hermanos. Y la variante de cambiar de rumbo que casi nunca se hace esperanza sino simple novedad. Vendió diarios, trabajó en changas, “lo que viniera”.

Este Carlos Monzón que me pregunta diez veces sobre la pelea con Benvenutti, qué novedad tengo, sobre cuál es el último rumor que traigo de Buenos Aires, tiene la cautela sabia del hombre del interior que estudia cada paso, que baraja cada reacción. Esa tarde almorzando en la casa de Brusa no disimuló su desazón. “Ya me estoy cansando de darle a la bolsa de entrenamiento”. Y el técnico lo barajó en el aire: “Más te vas a cansar si mañana tenés que hombrearla”. La ausencia de una fecha concreta lo desacomoda. Todos esperamos que se concrete en la próxima primavera, una vez que Benvenutti salve el escollo de Bethea en su defensa del mes de mayo.

Y de pronto se agranda, saca pecho: “A ese italiano lo pongo en el piso. Brusa me ha dicho cómo pelea y con eso me alcanza. No es noqueador”. La bronca tiene base. Se quedó sin rivales y su evolución física llegó a la madurez.

“Tenía problemas —acota Brusa— por falta de glóbulos rojos. Era un muchacho no construido. Lo bombardeamos con vitaminas y hoy está para ganarle a cualquiera. Las dos manos le siguen doliendo, siente esos dolores en los escafoides y hay que infiltrarle novocaína antes de cada pelea. Monzón lo aguanta, es estoico y quiere ser campeón”. Los ladrillos de su casa aún denuncian la obra no terminada. Ya es toda suya, allá en el límite de la ciudad con el campo. No le gusta el centro, como si algo lo atara indefinidamente a su niñez de pata en el suelo. La señora, los dos hijos, ese local que se completará al frente para instalar una despensa.

El récord del campeón da vueltas en mi cabeza: 78 peleas, 65 triunfos (43 por fuera de combate), 9 empates, 3 derrotas por puntos —cuando comía salteado— y una sin decisión. No pierde desde el 9 de octubre de 1964, y estos seis años de halagos justifican todo el resquemor almacenado.

¿Cómo empezó todo? Cuando llevaba cuatro peleas como amateur, se presentó a Brusa: “No me dieron una plata prometida, me robaron y quiero trabajar con usted”. Una frase, un apretón de manos y a darle al gimnasio. “Yo me saqué la lotería con Brusa”, comenta. Y no hace falta que me aclare nada. Porque la capacidad y la honestidad de Brusa son tan conocidas en el boxeo como la magia de Troilo en las noches de tango.

Brusa tiene 48 años, tres hijos, ex peso pesado amateur que dejó de boxear tras un choque con Rafael Iglesias (“me dio flor de paliza”) Hoy cree —como “El Gráfico”— que su pupilo está listo para el máximo examen. Hoy —dice Amilcar— le digo que tengo la certeza de que le gana a Benvenutti, porque está maduro, porque aunque no luzca es un tipo práctico, que hace lo justo y que física y mentalmente está convencido de que debe ser el próximo campeón del mundo”.

Por la noche fuimos a Paraná a través de la maravilla del túnel subfluvial. Ya Monzón se había soltado. “Para casarme mis suegros tuvieron que regalarme la cama y el colchón, se lo juro. No tenía un peso…”.

Gritó diarios en las calles de Santa Fe, midió la amargura del hambre que siempre es más que barriga vacía en el amor propio deshecho. Fue pendenciero, se trompeó en las esquinas, perdió el rumbo y se tranquilizó cuando Brusa lo respetó, creyó en él y le dio su experiencia y su ejemplo. Este es el Monzón que vale para soñar victorias. De pocas palabras, desconfiado en la presentación, pero capaz de largarse cuando la “pierna” lo convence. Este es el Monzón que en un regreso a Santa Fe, vio un montón de gente que lo esperaba, y entonces tomó a su hijo en brazos, lo tiró como una pelota y lo hizo rebotar en el pecho. En ese instante también daba la bienvenida al nuevo mundo que descubría, ese que asomó por primera vez la noche en que venció a Jorge Fernández y una lágrima honesta denunció que la piedra tenía vida. Esta es la novela de un joven pobre que supo encontrar la pausa justa tras la tortura de las privaciones.