lunes, 11 de enero de 2010

Un mundo llamado Juanito



CRÓNICA

El Comercio
10 de enero de 2010
Por: Enrique Sánchez Hernani

Don Juan Casusol propietario del ya mítico bar barranquino El Juanito deja, tras su reciente y triste partida, una historia digna de enmarcarse. El sitio ha sido habitual parada de notables músicos, cineastas, poetas, cantantes, fotógrafos, escritores, artistas y otras personalidades de desbordante talento y creatividad.

En El Arca de Noé

Juanito Casusol llegó a Lima desde su Lambayeque natal y el destino lo llevó a vivir a Chorrillos, muy cerca del que hoy es el bar más célebre de Barranco, es decir el suyo. Con apenas 12 años, como predestinado, don Luis Queirolo lo llevó a trabajar a su bodega de vinos que entonces tenía un nombre extrañísimo: El Arca de Noé.

Los sueños se cumplen

Cuando Juanito cumplió 24 años, el ya anciano señor Queirolo le dio la oportunidad que había soñado desde que tuvo 16: le traspasó la bodega. Para entonces ambos ya eran socios.

El negocio se veía redondo, pero a plazos. El traspaso se tasó en cuatro mil soles de la época, 1937. El joven Juanito no lo pensó dos veces, dijo que sí y al año ya había saldado su deuda. Cuando don Luis Queirolo legó al joven lambayecano los libros contables del bar, emocionado, le dijo:

—Acá te entrego esta bandera, para que la pongas en lo más alto de Barranco.

Y vaya si Juanito lo hizo. De vivir ahora el buen Queirolo estaría más que satisfecho.

Cultura viva y jamones


Juan Casusol convirtió el lugar en el cenáculo de actores, poetas, pintores, artistas y diletantes del romántico distrito, como Martín Adán o Juan Gonzalo Rose, y de otros puntos de Lima. En la década de los 40, Juanito empezó a combinar el expendio de vinos con una habilidad aprendida de su antiguo patrón: la preparación de jamones aderezados.

A pulso, era capaz de abastecer la vitrina con tres diferentes sazones, cosa que siguió haciendo toda su vida. A los jamones se le unirían la patita y las sardinas, las aceitunas negras aderezadas y los quesos. Una delicia. Pero la bodega todavía no se llamaba El Juanito, era La Bodega del Parque, y vendía, también, abarrotes, locería, utensilios domésticos y cuanta cosa había.

Sus anaqueles exhibían una gran colección de licores que cualquier sibarita hubiese querido para sí. Este paisaje de botellas fue muy característico por décadas.

Mítico espacio

El temple trabajador de don Juanito era de temer: abría a las 9 de la mañana y cerraba a las 5 de la madrugada del día siguiente. Adelante funcionaba la bodega y detrás la taberna. Cuando no atendía al público, envasaba vino que le llegaba de Chincha. En los años 50 decidió convertir su local solamente en bar y pasó a ser El Juanito, como lo conocían en el barrio. Con los años se llevó a sus tres hijos a trabajar con él: Rodolfo, César y Juan chico, quienes hoy, ya sin su padre, conducirán este bar de leyenda y tradición, conservando las normas tácitas que imperan en el sitio: en las mesas delanteras solo son para grupos donde hay mujeres y la acatadísima: nada de escándalos ni peleas. Una flor roja en la primera mesa marcará de aquí en adelante la presencia ida de don Juanito, que a las 4 puntuales horas de toda una vida se sentaba allí a tomar su café. Descanse en paz, maestro.

Memorias del bar

No existe otro bar en Lima que haya persistido con tan cálida insistencia en su plausible interés de aliviarle las migrañas o los retortijones de nervios a la gente. Porque para quitar la sed hay muchos, pero El Juanito es otra cosa, es otro mundo, un mundo propio y compartido. Así lo entienden sus parroquianos. Como el pintor Enrique Polanco, que lo frecuentó desde 1981, cuando formaba parte del grupo Huaico con Juan Javier Salazar, Armando Williams, Charo Noriega, Mariella Cevallos o Lucy Angulo. Los pintores, entonces, ingresaban a beberse unos tragos, cuando por la época el bar era frecuentado, más bien, solo por los vecinos y amigos de don Juanito. En 1984, cuando viajó a China, más de cien personas le hicieron una despedida en El Juanito. Fue uno de los hitos en la vida del local. Cuando alguien bebía mucho, Rodolfo Casusol (uno de los hijos) se embarcaba en un taxi y dejaba a los habituales más conocidos en sus casas. Algunos se daban maña para volver, al punto que cuando Rodolfo retornaba, volvía a encontrar a algunos sentados en otra mesa.

De chicos y chicas

A diferencia de otros locales, El Juanito siempre albergó a las damas. Carola Sanseviero, librera y copropietaria de la librería El Virrey, iba allí desde los 18 años, en los albores de la década del 80. Llegaba con su amiga Azucena Rodríguez, productora de cine. La primera vez que pisó el local fue cuando desde fuera escuchó que alguien tocaba tangos. Y es que por allí hacían música grupos de amigos, jóvenes con ganas y el célebre Pachequito, ya fallecido. Como el bar es tranquilo, Carola ha seguido yendo, incluso con su hija pequeña. A los chicos, don Juanito les daba un baldecito lleno de chapitas de cerveza y les ofrecía gaseosas, habitas y otros bocaditos. Entrar en ese bar era ingresar a un mundo de alegría, amistad y seguridad creado por el gran Juanito Casusol.


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