Fuente: El Comercio
31 de enero de 2010
Extrañas lloviznas, techos de nubes y un sol intermitente nos están haciendo vivir en Lima un verano inusual. Sin embargo, la capital peruana ya ha sido testigo de similares trastornos climáticos. Nuestros padres y abuelos deben recordar el insólito diluvio que azotó la Ciudad de los Reyes hace algunas décadas.
El Perú de 1970 nos remite al fútbol y a la tragedia de Yungay, pero meses antes de ambos sucesos, el 15 y 16 de enero, una inusitada descarga de agua anegó las calles limeñas e hizo colapsar las comunicaciones, generando apagones y destruyendo cerca de dos mil viviendas. ¿Cuál fue la causa de este inesperado desvarío veraniego?
Las informaciones de la época hablan de una masa de nubes que abarcó desde Trujillo, al norte, hasta Chincha, al sur, y que llegó desde la sierra central impulsada por los vientos del este. “El colchón de nubes de 1.300 metros de espesor descargó tres millones 200 mil litros de agua” - de golpe y sin previo aviso -, al colisionar con el clima de la costa.
Fueron 17 litros de agua por metro cuadrado que martillaron durante varias horas las viviendas de los sorprendidos limeños, obligando a los transeúntes a huir de las calles para refugiarse del chaparrón en cualquier tienda o árbol a la vista.
Todo empezó el jueves 15, en la tarde, cuando la mayoría de personas regresaba a casa después de trabajar. Los primeros accidentes fueron los incendios, debido a los cortocircuitos, y luego los derrumbes de paredes en las zonas más tugurizadas.
Advertidos por la situación, los periodistas de El Comercio salieron a recorrer la ciudad. Los fotógrafos tomaron vistas nocturnas de autos engullidos por las aguas, calles inundadas y personas tratando de protegerse con improvisados paraguas.
En la periferia de la ciudad, los ríos Rímac, Chilca y Chillón se desbordaron y destruyeron las precarias viviendas levantadas en sus riberas, dejando una gran cantidad de damnificados, quienes tuvieron que pasar la noche a la intemperie.
El paso a desnivel entre las avenidas Arequipa y Javier Prado se convirtió en una gigantesca piscina, en la que tres autos quedaron totalmente sumergidos cual submarinos. Según las notas periodísticas, uno de los conductores tuvo que salir nadando para salvar su vida.
En la Carretera Central los huaicos bloquearon el paso de los vehículos. El Ministerio de Salud decretó estado de emergencia y se iniciaron labores de apoyo para socorrer a los cientos de personas que perdieron sus viviendas.
El viernes 16, en el Callao, las aguas traspasaron el techo del aeropuerto Jorge Chávez, inundando el hall principal; los servicios eléctricos se averiaron y se interrumpió el tránsito de pasajeros, especialmente en el sector internacional.
En muchas casas de Lima sus habitantes habían pasado la madrugada baldeando patios y azoteas, ante un aguacero que no se había repetido desde 1925, según comentaron los limeños más antiguos.
Otras lluvias, como las de 1938 y 1952 fueron grandes, pero no alcanzaron los niveles vistos en 1970. En provincias, como en estos días, las torrenciales precipitaciones afectaron a varias ciudades como Trujillo, Huancayo y Pisco, entre otras localidades.
El 8 de enero de este año una persistente precipitación anegó las calles y causó graves daños en las endebles viviendas de Collique, Barrios Altos, Comas y Villa María del Triunfo, entre otras zonas. Y en estos últimos días somos testigos de cómo la naturaleza se ha ensañado con el Cusco.
Indudablemente, ambas son serias llamadas de atención de un nuevo fenómeno denominado cambio climático. Y parece que aún no estamos preparados para encararlo.
(Miguel García Medina)